Posiblemente la sociedad española no haya vivido una situación similar, en lo que a generalización de un problema y cantidad de sectores afectados se refiere, desde la Guerra Civil de 1936. Hablo, claro está de la pandemia provocada por el coronavirus. ¿De las crisis se aprende? Pues mire usted, aprender se aprende, pero lo aprendido va en relación directa con la importancia, duración y consecuencias de lo acaecido, y sobre todo con la incomodidad que suponga incorporar las medidas correctoras.
Lo más grave es la pérdida de vidas humanas. Pero no es menor la inquietud por el puesto de trabajo. La Edad Moderna y sus transformaciones sociales, nos convirtieron en una sociedad de trabajadores, es por ello que una grave alteración – como ocurre en este caso – de esa Sociedad del Trabajo, nos deja sin lo único que nos queda: trabajar.
Estos días han sido muchos, y algunos muy sensatos, los análisis que desde planos personales o profesionales se han volcado en los Mcs. ¿Ha habido catastrofismo? Bueno si, un poco, pero el catastrofismo de ayer se ve avalado a veces por la realidad de mañana. Ya saben aquello de que un optimista es un pesimista mal informado.
Sin embargo, el Gobierno debe estar por encima de ese tipo de análisis. Hannah Arendt decía que “El fenómeno fundamental del Poder no es la instrumentalización de una voluntad ajena para los propios fines, sino la formación de una voluntad común en una comunicación orientada al entendimiento”. En ese sentido los líderes políticos se han refugiado demasiado, desde mi punto de vista, en el mantra de “lo que diga el técnico”. No, mire usted. El técnico le asesora, es verdad, pero usted decide, ya que se supone que es capaz de contemplar esferas que el técnico, lógicamente, no contempla. No le puede colgar luego el sambenito y decir: “yo hice lo que me dijeron los técnicos”.
La sociedad española no lleva bien las prohibiciones. Es lógico, a nadie le gusta que le digan lo que puede o no puede hacer. Ainda mais, somos tremendamente adictos a la elaboración de normas que ya sabemos de antemano que no se cumplirán, y esto lo encuentra usted en su comunidad de vecinos y a nivel nacional. Por eso lo opcional se lleva mal con la gestión de una crisis. La opción es admisible cuando la consecuencia de la elección es personal, pero si la opcionalidad beneficia o perjudica a un tercero, no queda más remedio que ir a la norma.
Así pues, no podemos quedarnos en sugerir, recomendar, aconsejar…Es cierto que el ciudadano debe tomar medidas en el ámbito personal, suprimiendo actividades superfluas que lo pongan en riesgo a él o a otras personas, pero las órdenes, repito: órdenes, deben ser claras y la vigilancia para que se cumplan, eficiente. Ya que, si bien la actividad privada está localizada en la esfera de lo social, la coerción legalmente ejecutada es monopolio del Gobierno. Y es que la idea de que la actividad política es fundamentalmente legisladora está demasiado instalada en las sociedades actuales, y toleramos mal la función directora del Poder mediante la acción directa, que estimamos tiene un menor control, olvidando que ninguna coerción puede igualar la fuerza que ejerce la propia necesidad. Thomas Paine escribía: “la sociedad se produce por nuestra necesidad y el gobierno por nuestra maldad; la primera fomenta de una manera positiva nuestra felicidad uniendo nuestros afectos, el segundo lo hace en modo negativo refrenando nuestros defectos.” Así, sociedad y poder se necesitan mutuamente y de la misma manera que el pueblo necesita del poder, el poder necesita del pueblo.
Es inevitable el cálculo que hace el político de las consecuencias que le supondrá una crisis. Y para un político no hay más valoración que el resultado de su gestión en votos. Pero ahí está la esencia de la política: “saber cómo gobernar los asuntos más graves con respecto a la oportunidad e inoportunidad.”