Entrevista de Asturias Exterior>la nueva España, por Eduardo Lagar, 12 de agosto de 2025
Este militar avilesino jubilado, miembro de la directiva del centro asturiano de la capital alicantina, compagina su pasión literaria con su devoción por el ejército, donde formó parte del cuerpo de Operaciones Especiales
«Muchos identifican con Rambo al soldado de Operaciones Especiales y nada más lejos de la realidad: si hay una antítesis de los soldados de Operaciones Especiales ese es Rambo».
«El patriotismo es actuar en conciencia con la cultura a la que perteneces, y en mi caso es la cultura española. Y, por supuesto, no creo en el patriotismo excluyente: eso es paletismo»
Antonio Luis Vicente Canela (Avilés, 1957) es teniente coronel jubilado el cuerpo de Operaciones Especiales y forma parte de la directiva del Centro Asturiano de Alicante, donde reside por razón de su destino militar. Cuenta que a lo largo de su vida laboral sintió que encajaba “como un guante” en el ejército, con el que participó en distintas misiones de paz en la guerra de Bosnia y en la de Irak. Pero su otra vocación son las letras, una pasión que le sobrevino ya de niño, cuando se pasaba las tardes leyendo en el sofá. Desde que hace cinco años empezó a dar luz a sus escritos, ha ganado numerosos certámenes de relato y poesía. Los últimos premios que recibió en Asturias son el concurso de poesía “Memorial Francisco de la Vega” de Onís (2023), el certamen de poesía “Cecilio Fernández Testón” de Peñamellera Baja (2023) y el primer certamen internacional de poesía “El Desarme en verso”, de Oviedo (2022). Difunde su obra a través del blog www.laoctavasilla.com. Cuenta Canela que es un avilesino hijo de “coreanos”, como se conoció popularmente a los emigrantes llegados de todas partes de España a Avilés al calor de la industrialización de Ensidesa.
-¿Cómo fue la historia familiar?
-Mi madre llegó de niña a Avilés con mi abuela. Mi abuelo de Córdoba pertenece a ese grupo de personas que están en alguna fosa en algún sitio, no se sabe. Y mi padre pertenece a ese grupo de hombres de la España rural que hacían el servicio militar, conocían un ambiente diferente y veían que había oportunidades de trabajo y una vida diferente. Hizo la mili en Gijón y se quedó en Asturias, donde se jubiló como trabajador de Endasa.
-Sus padres se conocieron en Avilés, entonces.
-Sí. Entonces había la costumbre de coger posaderos. La gente que venía sola a trabajar, buscando un ambiente un poco más familiar se alojaba con familias, que de esta manera también completaba las pagas mensuales. Mi padre entra de posadero en casa de mi abuela. Cuando mi abuela se entera de que mi madre y mi padre se gustan, echa a mi padre y lo manda de posada a casa de una amiga suya (risas). Luego mis padres ya se casaron y se quedaron en Asturias, donde ya nacimos todos los hermanos.
-¿Dónde se crió usted?
-¿Por qué se hizo militar?
-Siempre me gustó el ejército, pero creo que no era plenamente consciente de lo bien que yo iba a encajar allí. Cuando fui a la academia me di cuenta de que no me había equivocado. Encajé en el ejército como un guante. He sido muy feliz los 45 años que he estado en el ejército. Me dio una serie de oportunidades de conocer España y el extranjero. Y estuve siempre en Operaciones Especiales, que es una vía muy particular, con muchísimo contacto con el monte. Hoy son unidades ya muy técnicas, pero en aquel entonces estábamos más cerca de lo que llamaban «guerrilleros». De hecho, nosotros teníamos como mitos a los maquis, al Che Guevara… Había una especie de contradicción entre eso y el ejército franquista que se terminaba… La vida son contradicciones.
-Entra en el ejército con la Transición. ¿Dónde vivió el golpe del 23-F de 1981?
-Ese día estábamos en Navacerrada, en la sierra, haciendo prácticas de combate en nieve. Cuando regresamos por la tarde al albergue, eran las seis o seis y pico, fue la hora prácticamente del golpe en el Congreso. Nos quedamos ahí en la sierra. Yo suelo decir que el ejército cambió partir de ese día. Aunque la Constitución es de 1978 creo que el ejército no fue consciente del cambio hasta 1981. Las instituciones cambian muy despacio. Casualmente, después, durante cuatro meses estuve destinado con mi unidad dando la seguridad del juicio contra los golpistas.
-Otro punto de inflexión para el ejército fueron las misiones internacionales.
-Eso fue muy importante. Fue cuando el ejército y la nación, España, se dieron cuenta de que no podíamos seguir con un ejército de reemplazo. El ejército de reemplazo tiene su origen en la Revolución Francesa, cuando se dice que todos los ciudadanos tienen que defender el país. Pero al final no van todos los ciudadanos, van los de siempre. Creo recordar, lo digo de memoria, que si alguien quería librarse de ir a la Guerra de Cuba podía hacerlo si pagaba 2.000 pesetas. Era algo legal, estipulado. Si tenías dinero, no ibas. Es decir, fracasa ese sistema en el sentido de que no todo el mundo va a defender la nación con las armas en la mano. Aquí llegó el momento en que esa prolongación del servicio militar se hacía insoportable. Incluso para los propios profesionales, que no salíamos nunca de ese ciclo (de distintos reemplazos). Además, cuando la mili pasó a los 18 años fue un momento muy particular: empezamos a tener auténticos críos. Es que venían los padres al cuartel. Fue cuando los padres empezaron también a hacer la mili (risas). Eso lo cambió el PP. El sistema ya no se sostenía. Al principio me parece que se empezó ofertando una cantidad muy módica, creo que eran unos 900 euros. Había mucha preocupación por que no se apuntara la gente. De aquella, cualquier albañil podía ganar una cantidad bastante razonable al mes. El proceso, desde mi punto de vista, no se hizo bien. Hubiera sido mejor un proceso de transición en el que se fueran incorporando profesionales, pero que siguiéramos teniendo reemplazos. Fue demasiado brusco. Creo que entró mucha gente que no tenía, de verdad, vocación militar y luego no ha sido feliz. O por lo menos tan feliz como fui yo en el ejército.
-¿Por qué dice que usted fue feliz en el ejército?
-Muchas veces la gente piensa que los militares somos gente muy complicada. En realidad, si le soy sincero, nos basta con que se cumplan las normas. Somos gente muy de normas. Hay un chiste que dice: ¿qué hacen dos militares cuando tú los dejas en una sala y les das un paquete de folios y un bolígrafo? Pues hacen unas normas para relacionarse entre ellos. Nos gusta que se cumpla lo que se escribe. Por eso nos cuesta entender en ocasiones el mundo de la política. Eso no va con nosotros, porque que en general somos gente que, si se dice una la cosa, creemos que hay que hacerla, que hay que cumplirla y la defendemos. Nos cuesta mucho no cumplir la palabra. Algunas cosas pueden ser un poco obsoletas como el sentido de la palabra dada, el sentido del honor… Eso sigue teniendo una vigencia importante entre nosotros. Le aseguro que un jefe militar que incumpliera algunas de las cosas que vemos en los jefes políticos sus subordinados le perderían todo el respeto. Entonces yo caí bien en ese mundo, por lo que sea. Bueno, y en mi casa dicen que soy muy cuadriculado.
-¿Tuvo vocación militar desde pronto?
-Fui un adolescente que hizo poco deporte. No jugaba al fútbol. ¿Se acuerda usted de que en el colegio siempre había uno al que solo llamaban cuando faltaban jugadores? Pues ese era yo. Me pasaba los recreos del instituto con el libro mientras los demás jugaban al fútbol. Así empecé a conocer a un grupo de chicos más relacionados con el teatro y conecté con la revista del instituto.

-Parece que eso no casa con ser un “guerrillero” de Operaciones Especiales
-En la vida todo son contradicciones, ya digo. Con las Operaciones Especiales usted tiene la idea, como muchos otros, de Rambo. Nada más lejos de la realidad. Si hay una antítesis de los soldados de Operaciones Especiales, ese es Rambo. El hombre de Operaciones Especiales es un hombre sereno con muchísima capacidad de juicio, muchísima tranquilidad para decidir y para actuar. Porque normalmente actúas solo o con un pequeño grupo y a mucha distancia de las líneas propias. Las unidades de Operaciones Especiales nos caracterizamos porque actuamos sobre el centro de gravedad de los conflictos. ¿Qué quiere decir eso? El centro de gravedad de un conflicto no necesariamente tiene que ser ganar una batalla. Muchas veces es, en un momento determinado, eliminar una instalación, una persona…. Imagínese, por ejemplo, que en la guerra de Ucrania desaparece Putin. O que en la de Gaza desaparece Netanhayu. Rambo hizo mucho daño a las operaciones especiales con esa imagen.
-Volvamos a las misiones internacionales. ¿Dónde estuvo usted?
-En la guerra de Bosnia y luego en Irak.
-Empecemos por Bosnia.
-La primera vez fui en 1994, entre mayo y octubre, con la agrupación “Córdoba”. Era teniente. Tenía al mando una sección de la compañía de Operaciones Especiales. Fuimos con UNPROFOR (la fuerza de protección de Naciones Unidas, los “cascos azules”). Eso quiere decir que estábamos bajo el paraguas de Naciones Unidas. ¿Qué pasa? Tienes unas reglas de enfrentamiento muy estrictas. En esa época se hacía interposición y vigilancia, se trataba de separar a las partes. Metíamos las unidades entre los contendientes. Era muy complicado. Mientras que en Sarajevo musulmanes y croatas combatían juntos contra los serbios, en Mostar los musulmanes combatían contra los croatas y los serbios, contra los dos. Muy complicado porque realmente hacían lo que les daba la gana. Disparaban a los BMR’s (los blindados del ejército). También era primera vez que se hacía una misión internacional de esas características y, como siempre, hay que aprender. Y luego volví en 1998 y en el 2000-2001, que fue la última. En la primera misión perdí a un compañero, un sargento. Volcó un BMR en una ladera de Mostar. Se acababa de casar, además…
-Y usted que vivió la penúltima guerra en Europa, ¿cómo ve la actual de Ucrania?.
-Aquella guerra se empezó a solucionar cuando entraron los americanos. Cambió radicalmente todo. Europa se ha vuelto muy blanda. Esto puede estar bien o puede estar mal, pero realmente a Europa le cuesta mucho radicalizar posturas en determinadas situaciones. Y allí le costó, claro. En contextos de conflictos bélicos le cuesta. Le cuento una anécdota. En uno de los puentes que había más arriba del puente de Mostar había una manifestación de croatas protestando contra un desfalco muy grande que se había producido. Estaban desplegados los franceses de mi división. Bueno, pues los manifestantes tiraron un vehículo de combate al río. Lo tiraron al río. Entonces llega un helicóptero norteamericano, un Black Hawk, y se pone encima. Y por megafonía el intérprete dice que al que pase de la línea que hay en el suelo le van a disparar. Oye, no pasó nadie. Hay una anécdota sobre Napoleón cuando era teniente y lo habían enviado a reprimir una manifestación. Uno de los artilleros le preguntó si primero disparaban con salvas. Y Napoleón dijo: no, porque después habrá que matar a muchos más para contenerlos, vamos a disparar desde el principio con balas. Entonces, cuando los americanos se han implicado realmente en un conflicto, las cosas han cambiado. Allí en Bosnia pasó, desde luego. ¿Cuánto va a durar la guerra? Como dijo un americano: defenderemos Ucrania hasta el último ucraniano. O sea, hasta que muera el último ucraniano. Pero Europa no se va a implicar con hombres. Daremos dinero, medios, pero a nuestros hijos no los daremos. Eso no es ni bueno ni malo, es así. Hay que ser conscientes del momento en que se vive. Europa es como es y es lo que es. Es un foco cultural, pero hay que reconocer que no tiene peso y se ha demostrado en la guerra de Ucrania.
-¿Y en Irak?
-Irak era otra historia. Estuve en el 2004. Allí sí tuve experiencias más duras, en el sentido de que caímos en una emboscada. Y en Bosnia, digamos, éramos europeos todos, de alguna manera podíamos hablar de las cosas. En Irak recuerdo el caso de un pequeño pueblecito donde habían matado a una persona. El que la mató, volvió. Y el consejo de ancianos le había dicho que para reparar el mal tenía que hacerte cargo de la viuda, darle comer a los hijos, mantenernos, y pagar una multa. Y ya está. A nosotros, que venimos del derecho romano, eso nos parece es una barbaridad. Claro. Y hablando con gente de allí te decían: ¿tu justicia hubiera reparado todo el mal que hizo? ¿Si lo mandas a la cárcel y lo encierras, qué reparas?
-¿Se sintió engañado por tener que ir a una guerra desatada por unas armas de destrucción masiva inexistentes?
-A mí me mando un presidente y lo grave hubiera sido que yo no obedeciera. Si te dicen que vas, vas. Y si te dicen que no vayas, no vas. Lo grave es que, como ha ocurrido en la historia reciente de España en el siglo XIX y en el XX, los militares decidiéramos qué es lo que se hace y lo que no se hace. En ese sentido, como persona quizá te puedes sentir engañado, pero como profesional, entiendo yo que nunca. Además, no hay guerras justas y guerras injustas. Pocas cosas limpias hay en las guerras. Son lo que son, una lacra que la humanidad que no hemos conseguido superar, que va a seguir estando ahí porque la condición humana es terrible en ese sentido.
-¿Qué es el patriotismo?
-Pregunta difícil. Un sentimiento. No creo que se pueda definir de una forma estándar. El patriotismo es actuar en conciencia con la cultura a la que perteneces. Y en mi caso es la cultura española. No quiero vivir en otro sitio, no me interesa. No quiero vivir en un país porque sea mejor o porque tenga más medios. Tengo la suerte de ser de todas las partes de España, de haber vivido en todas. He sido feliz y entendido a todas las personas. He encontrado gente buena y mala en todos los sitios. Y, por supuesto, no creo en el patriotismo excluyente. Esa postura, y se lo digo con rotundidad, es paleta. Porque el nacionalista excluyente es una persona que no se da cuenta de que el mundo es mucho más grande que un pueblo, que una lengua. Si me preguntase si, al final, uno entra en combate y muere por patriotismo, creo que no. Ya desde la época de los griegos sabían que solamente el ciudadano que moralmente está convencido de lo que hace es capaz de aguantar su posición en el combate. La falange griega se basaba en que el hombre de la izquierda sostenía al de la derecha con su escudo y su lanza. Y no se movía. Ellos consideraban que solo los ciudadanos, no un esclavo y un meteco, eran capaces de mantener una moral suficientemente sólida como para eso. Era su forma de entender el patriotismo. Al final tú combates por el hombre o la mujer que tienes al lado.
-Hablemos por último de su faceta literaria. ¿Cómo nació?
-Mi madre me reñía porque me pasaba las tardes tumbado en el sofá leyendo. En aquella época te echaban a la calle a jugar. Hubo tres libros que me marcaron, que han definido mi personalidad. “Robinson Crusoe”, “El Conde de Montecristo” y “División 250”, de Tomás Salvador. Me identificaba mucho con Robinson Crusoe, allí solo su isla. Con el Conde de Montecristo era un poco por lo mismo: solo en la cárcel. Y luego con “División 250”, porque yo no había oído hablar nunca de esa historia. A partir de ahí me hice representante en mi barrio del Círculo de Lectores. Recibía un montón de libros que podía leer. Tenía unos 50 socios y había que leer un poco los libros para recomendarnos. Me impresionaba muchísimo ver a gente con un nivel cultural básico leyendo las grandes novelas de la literatura mundial. Círculo no editaba cualquier cosa. Sobre todo, leían las mujeres. Los hombres, menos. Su cultura era muy de fábrica, muy de chigre, muy de partida.
–Ha escrito su primera novela, ¿sobre?
-A partir de la historia del batallón Galicia (el grupo de milicianos anarquistas gallegos a las órdenes del comandante Moreno que fue fusilado tras caer el frente del Norte durante la Guerra Civil). Los padres de mi mujer son de cerca de Fonsagrada, de una aldea muy pequeñita que sea llama Monteseiro. Tenemos casa allí, me encanta ir. Desde hace 40 años veraneamos allí, conozco a todos los vecinos del pueblo, conozco todas las cosas pero un día veo un reportaje en la televisión que habla de la matanza de Monteseiro y empiezo a ver personas de mi pueblo hablando de algo que nunca había oído hablar. ¿Cómo es posible que yo nunca hubiera oído hablar de aquello? Entonces empiezo a ver la historia y leo que, tras la caída del frente de Asturias, el batallón anarquista y el comandante Moreno son conscientes de que los van a fusilar y entonces regresan andando a Lugo. Oviedo, Trubia, Grado, Salas… Y cuando llegan al Acebo, que está al lado del pueblo de mi mujer, llegan destrozados. Y exactamente no sé por qué deciden alojarse en las dos casas que hay en El Acebo. El caso es que los denuncian y se produce el fusilamiento de diez milicianos. Seis de ellos escapan, pero salvo dos que consiguen salvarse los cogen a todos. Los fusilan y los entierran en fosas comunes que cavan todos los hombres jóvenes del pueblo de Monteseiro, tal y como manda el alcalde de Fonsagrada. Los entierran en el límite con Asturias y en todo el tiempo que llevo veraneando allí, nunca escuché hablar de ello.