Hoy me he vuelto a encontrar en las noticias con un vídeo que parece ser que lleva ya algunos días “circulando”, y que denuncia la supuesta violación de las gallinas en las granjas en las que se cría a este tipo de animales. Procede de una asociación que se llama “Almas Veganas”, y sus militantes practican algo que denominan “veganismo interseccional”.
No es la primera ocasión en la que escribo a propósito del veganismo y sus diferentes manifestaciones. Lo de interseccional dice Internet que se lo debemos a Kimberle Crenshaw, activista negra por los derechos civiles que acuñó el término en la década de los ochenta del siglo XX, no aplicado al veganismo, sino a la lucha feminista de las mujeres negras.
Bueno, el vídeo se ve (hay varios) y no necesita de un artículo para explicarlo: juzguen ustedes mismos. Pero la cuestión que me interesa traer hoy aquí no es el veganismo como opción personal, que me parece totalmente respetable; ni tan siquiera el estrafalario “lenguaje inclusivo” en el que intentan explicar sus ideas y actividades las protagonistas, con escaso éxito todo hay que decirlo; y eso no es un asunto menor ya que es el leguaje, precisamente, lo que se admite como el primer principio de colectivización del ser humano.
Desde que los seres humanos comenzaron a agruparse en sociedades, el intento por mejorarlas ha sido una preocupación constante que ha ocupado su pensamiento y su reflexión, ya que se entendía que el conjunto de los deseos de toda la sociedad debía de conducir hacia los preceptos morales de la misma. La filosofía y después la sociología, elaboraron montones de teorías sobre cómo debería evolucionar la sociedad para ser mejor. Cada uno es, pues, muy libre de aportar, como en el caso del veganismo interseccional, su granito de arena en esa ingente tarea.
Pero tanto filósofos como sociólogos (y no sé si también los veganos interseccionales), con el primer problema que se encontraron era decidir lo que era bueno y lo que no lo era para esa sociedad, y no les quedó más remedio que recurrir a la Ética como disciplina encargada de indagar en la conducta humana.
Ahí comenzaron los primeros escollos, pues el concepto ético de bueno y malo es relativo, y sobre todo no es racional. Alguien pensó: -«Está claro, lo que sea bueno para todos será bueno». Pero hubo otros que dijeron: «No; será bueno si además es útil». Hubo todavía más aportaciones y otros postularon: -«Además de bueno y útil, tendrá que hacernos felices». Pero no se crean que la cosa terminó ahí, de nuevo tras profundas reflexiones alguien dijo: -«Todo eso está muy bien, pero no sirve para nada si el ser humano no goza, además, de un contexto de libertad». Y ahí se lio de nuevo la cosa, pues el concepto de libertad no es el mismo cuando un individuo es agente, o paciente; en el primer caso desea un contexto lo más amplio posible de libertad, pero no así en el segundo, en el que desea que se ejerza un mayor control sobre la acción de los demás en el ejercicio de su libertad.
No había terminado el asunto de aclararse, cuando entró en escena un nuevo axioma: «Será bueno si agrada a Dios» (el que ustedes quieran). Y por si no había suficiente enredo la cosa se complicó todavía más con los marxistas, que dijeron que todo eso de la ética y la moral no era más que una argucia para defender los intereses de clase, y que la ética imperante en todas las sociedades había sido siempre la que defendía los derechos de la clase dominante.
Y ahí seguimos. Pero siendo la sociedad algo dinámico y en constante evolución, ¿podemos hablar de una ética que permanezca inalterable? Pues obviamente no. Así, el veganismo interseccional intenta establecer una nueva moralidad, esta vez centrándolo en la relación del ser humano con los animales, y es algo perfectamente lícito. No es el primer grupo que lo intenta ni será el último. A lo largo de la historia muchos otros han intentado alcanzar un estado de equilibrio social sobre la base de unas reglas morales concretas; en ocasiones delimitando el número exacto de ciudadanos que podían convivir reunidos, desde las polis griegas hasta los falansterios de Charles Fourier en el siglo XIX, pasando por la más conocida Utopía de Tomas Moro, aunque esta se quedó tan solo en el papel. Después del descubrimiento de América (¿Se puede decir todavía Descubrimiento?) los Jesuitas lo intentaron y tuvieron cierto éxito.
La moral es el mayor esfuerzo del ser humano para superar su condición natural: su condición animal. Y hay dos requisitos necesarios para que algo lleve el distintivo de moral: universalidad e imparcialidad. Creo que de momento “Almas Veganas” y el “veganismo interseccional”, están lejos de ambos conceptos.
En el instante final de uno de los vídeos, una de las protagonistas califica de fascista un planteamiento que no coincida con el que ella expone (…). Quiero subrayar que el uso arbitrario de las palabras las vacía de todo contenido o significado.