Mar 23 abril 2024
Amèlie
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(Cartas de Amor y Desamor «Los novios del Mojón»)

Querida Marta:

Te escribo desde la casa del pueblo. Son casi las tres de la tarde y hace un calor horroroso. Juanín y Maren se han echado un poco la siesta, al final los chicos decidieron venirse conmigo unos días. Creo que me vieron demasiado abatido.

Ayer me crucé en la calle con Anselmo; se hizo de nuevas y me preguntó por ti, como si no supiera todo el pueblo que ya no estábamos juntos. Le conté por encima lo que había pasado y se puso en plan psicólogo: que si tienes que mirar hacia delante; que si mira Ramón, que ya hace más de dos años que se separó y está estupendo y lleno de ilusión. Quedamos en bajar al río a echar las cañas alguna tarde. Ya veremos.

La que vino el jueves a casa fue Laura. Con ella fue peor, porque se empeñó en hurgar dentro de nuestra relación para saber qué había pasado. Estaba convencida de que había terceras personas. Le aseguré que no, que no hubo infidelidad ni por tu parte ni por la  mía. Luego, cuando me quedé solo, yo también me pregunté qué pasó. Porque, a día de hoy, le doy vueltas y más vueltas y no sé muy bien qué pasó. Laura dice que seguro que no supe ver las señales, que los hombres somos muy torpes para eso y cuando queremos ponerle remedio, la relación ya está rodando escaleras abajo. Puede que tenga razón, porque, ahora que lo pienso, sí hubo una tarde que no fue como todas las demás. Era miércoles y te propuse ir al cine. Cuando nos estábamos cambiando no me pediste que te subiera la cremallera del vestido; no me reñiste por llevar sucios los zapatos, ni me hiciste cambiarme de camisa porque no iba con el tono del pantalón. Tampoco me dijiste que buscara las llaves del coche, porque no sabías dónde las habías dejado. Luego, al llegar al cine, no te importó que yo eligiera la película. Entonces, sí, quizá entonces, tuve la sospecha de que algo no iba bien.

No recuerdo cual era la película, creo que era francesa. Pero sí recuerdo que no me pediste la chaqueta para echártela sobre los hombros, y eso que el aire acondicionado estaba, como siempre, demasiado fuerte. Tampoco dejaste caer tu mano sobre la mía, ni quisiste que nos cambiáramos de sitio a pesar de que la persona que se puso delante era demasiado alta y no te dejaba ver bien. Ahora recuerdo el título de la película: era Amélie.

Al salir del cine fuimos a cenar. Hablamos poco durante la cena y menos aún en el coche, de regreso a casa. Te pregunté que si tomábamos una copa, pero me dijiste que estabas cansada, que te ibas a acostar. Yo me quedé un rato viendo la tele. Ponían un programa de música de los ochenta y sonaron algunas de las canciones que estaban de moda cuando nos conocimos. Mezclado con la música, sentí el ruido del agua saliendo de la ducha. Cuando subí al baño del dormitorio, todavía estaba el espejo empañado de vaho y en la esquina tu ropa sucia. Antes, cuando querías provocarme, dibujabas en el espejo una guarrada y dejabas la luz de la mesilla encendida. Pero aquella noche la luz estaba apagada. Tu cuerpo, que siempre atravesabas en la cama, estaba en un lado, cerca de borde del colchón, como si tuvieras miedo de invadir un espacio que, tal vez, ya no era tuyo. Al acostarme no te giraste hacia mí para ponerme la pierna encima, ni me preguntaste, adormilada, si había puesto la alarma del reloj. Me desperté sobresaltado en mitad de la noche. Estaba convencido de que te habías ido, pero no, era un mal sueño. Seguías estando allí, al borde del colchón. Sin saber muy bien por qué, me eche a llorar.

Ahora, de vez en cuando saco del armario un vestido tuyo: uno de color azul que no te llevaste porque decías que te hacía gorda, y le subo y luego le vuelvo a bajar la cremallera. No me limpio nunca los zapatos y llego siempre tarde al cine, pero ya no voy al restaurante después. Aunque lo que peor llevo es que no se empañe el espejo del baño.

No sé cómo despedirme. ¿Tu «exmarido»? Suena horrible.

Cuídate mucho.

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