Es una pregunta instalada en el porvenir más cercano: si el virus COVID19 cambiará los hábitos de la población y si nos someterá a un mayor control por parte de los gobiernos.
El miedo es el mayor agente de cambio de hábitos y costumbres, ya que afecta directamente al instinto de supervivencia inherente al ser humano. Y es aquello que no vemos lo que más miedo nos provoca. Lo que no podemos ubicar en un determinado tiempo/espacio. Lo que no podemos controlar.
El ser humano, a medida que evolucionaba, fue cambiando sus miedos de lo concreto hacia lo desconocido. Aprendió a no temer a los animales más que de una forma proporcional a su capacidad de hacerle daño. Descubrió que podía ahuyentarlos, domesticarlos o cazarlos; y a temer a los demás seres humanos en cuanto que podían agredirle o robarle, pero también que él podía intentar cooperar con ellos sobre la base de interese comunes, y en último caso defenderse. Así que sus miedos se centraron, más aun, en las cosas que seguía sin comprender: los fenómenos naturales (cíclicos o excepcionales), las catástrofes, las enfermedades etc. Las religiones aprovecharon esos cambios y mutaron hacia dioses invisibles, pero que a su vez podían verlo todo. Dioses con ilimitada capacidad de premio o castigo en este mundo, y también jueces de la felicidad o condena eterna el “otro”. Crearon códigos éticos diferentes a los derivados del Derecho Natural, y sistemas de vigilancia y control social para su cumplimiento. Establecieron en suma un elemento de control de la población muy superior a cualquier otro que haya podido existir, ya que, a diferencia de los sistemas totalitarios, el miedo aquí contaba con la total predisposición de las masas. El Renacimiento – centrándonos en Europa -, modificó esa forma de entender el mundo y estableció las bases del Positivismo que llegaría dos siglos después para intentar devolver al hombre la fe en sí mismo. Una de sus “armas” principales fue la imprenta, que permitió la difusión de la información a una gran parte de la población. Pero como las espadas de doble filo, esta forma de divulgación fue también la base del culto a la palabra escrita, acentuando su valor por el simple hecho de haber sido imprimida. Desde entonces el culto a la palabra escrita ha aumentado hasta límites insospechados; ya ni siquiera importa qué pluma está detrás de lo que leemos, sino tan solo el hecho de recibirlo en nuestro móvil.
Tampoco el miedo a la guerra modificó, en lo sustancial, la forma de entender el mundo de la población, ya que las guerras convencionales mediante el enfrentamiento de ejércitos sobre la base de una confrontación de fuerzas, eran susceptibles de una cierta limitación a determinados escenarios, lo que comúnmente conocemos como campos de batalla, si bien la evolución de las armas, especialmente de la artillería y la aviación, amplió de una forma sustancial estos escenarios y la capacidad destructora de los mismos. Pero a pesar de que en el siglo pasado Europa sufrió las mayores guerras de su historia, – nada desdeñable teniendo en cuenta que si en la IGM perdieron la vida más de 22 millones de personas, en la IIGM esa cifra se quedó ridícula comparada con los casi 60 millones de muertes -, se hubiera evitado una IIIGM si ésta hubiera conservado los mismos parámetros de enfrentamiento. Lo que evitó la Tercera GM fue, de nuevo, el miedo a las consecuencias incontrolables para unos contendientes que se enfrentarían posiblemente en una guerra nuclear; nadie pulsó el botón rojo y se dio paso a la Guerra Fría, que mantuvo un régimen de enfrentamiento incruento desde 1945 hasta la Perestroika en 1985. Tuvo que generalizarse el terrorismo para infundir, nuevamente, un poderoso miedo en las gentes, esta vez habitantes ya de un mundo globalizado. El terrorismo podía golpear en cualquier parte del mundo y en cualquier momento, y no estaba sujeto a más “racionalidad” que la destrucción indiscriminada. El terrorismo atentaba contra una aspiración generalizada: “vivir bien el mayor número de personas posible durante el mayor tiempo posible”.
Así pues, usan del más vulgar fariseísmo los que anticipan un control de la población sin precedentes por parte del poder establecido. Los sistemas de “vigilancia” de la población cambiarán, sí, evolucionarán, pero seguirán siendo básicamente sistemas de control. Nada diferente en el fondo, aunque sí en la forma.
Ninguna sociedad ha tenido la capacidad que ha demostrado la nuestra para enfrentarse a una pandemia, dígase lo que se diga; de la misma forma que ningún gobierno había contado hasta hoy con la capacidad de control que ofrece la tecnología digital.