Pensaba enfrentarme a una tranquila mañana frente a una de las inclementes pantallas de turno que “abobinan” nuestra existencia, cuando he recibido un audio y un vídeo de unos hechos que acaban de ocurrir aquí, relativamente cerca de mi casa, en la ciudad de Alicante. Cuando un hecho es próximo es como si su importancia fuese aún mayor. Esto, que admito como erróneo, es, por otra parte, inevitable.
Pues bien el vídeo en cuestión, que circulará a buen seguro profusamente dentro de un rato por las redes, es el testimonio gráfico y sonoro de una familia que durante su hora “reglamentaria” de paseo matutino opta por salir con la bandera de España. ¿Por qué? Oiga, ¡porque les da la gana! Alguien, indignado por tamaña “fechoría”, llama la policía y ríanse ustedes del despliegue de los SEAL para capturar a Ben Laden: varias lecheras de la Policía Nacional, coches con policía de paisano, motos…Hasta la UME debía de estar alertada para acudir desde Valencia. ¿Qué pasó entonces? Pues que el común de los ciudadanos se mosqueó, y la situación nos sometió a todos al bochorno de que tenga que escucharse, el trece de mayo del 2020, en España, a la gente pidiendo a gritos libertad.
¿Cómo hemos podido llegar a esto? ¿Qué argumento justifica que se pregunte siquiera a un ciudadano porque lleva la bandera de su país? ¡La llevo porque me sale del coño! Debería haber sido la respuesta de la mujer interrogada por la policía. Era, por fortuna, una persona educada, y como tal se comportó.
La detracción de la Bandera arranca generalmente de la ignorancia. Y es que el ignorante, el necio, como decía Anatole France “es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; El necio, jamás”. Casualmente hoy publica un periódico nacional un artículo sobre cómo se eligió el diseño de la bandera de España: la rojigualda. El asunto es largo y no quiero detenerme demasiado en ello, porque quiero pensar que para la mayoría es algo conocido: quiero pensarlo.
Subrayo tan solo que el diseño actual fue uno de los diferentes bocetos que le presentaron a Carlos III para su elección. Es decir, que eligió esa cómo podía haberle parecido bien cualquiera de las otras. Algunas, por cierto, similares, cuando no exactas a las que ondean hoy en los mástiles de nuestras instituciones autonómicas.
La apropiación de los símbolos, sea para exaltarlos o demonizarlos, es algo frecuente, y el esfuerzo que debe hacer el ciudadano en la sociedad actual de la “desinformación” es ingente si no quiere ser manipulado. Hoy puede verse a grupos ideológicamente muy distanciados cantando el “Bella Ciao” para reivindicar lo que estimen conveniente (como el asalto a un banco en una conocida serie de televisión), o utilizar el “Sí se puede” tanto para detener un desahucio como para remontar en un partido de futbol un resultado adverso.
Con el paso del tiempo, además, la estética de algunas simbologías se separa definitivamente de su origen. ¿Sabían ustedes que la moda de los pantalones anchos, caídos y sin cinturón, nació de un movimiento de solidaridad con los condenados a muerte en las prisiones norteamericanas?
Termino con una reflexión de Clemenceau, primer ministro durante la III República francesa, quien afirmaba que, en la concepción de la vida comunitaria (republicana por cierto), infringiendo los derechos de uno se infringen los derechos de todos.