Con Carmen Calvo comparto orígenes – mi abuelo materno era egabrense – y poco más. Desde luego no comparto su particular conocimiento de geografía humana que nos descubre, ¡Oh Señor!, una línea (más o menos recta) del mal que de este a oeste se propaga a través de este planeta nuestro. A Trump le encantaría esta teoría.
Bastaría, no obstante, una simple mirada a un mapa de distribución de la población humana sobre la Tierra como el que ilustra el artículo, extraído de la web de Bill Raklin, Radical Cartography, para darse cuenta de que la mayor parte de los que sobrevivimos en ella lo hacemos entre los paralelos 27º y 60º Norte. Esto tampoco es ninguna casualidad. Lógicamente nos hemos asentado donde la posibilidad de sobrevivir era mayor. Recalco lo de era porque hoy ya no estoy yo tan seguro.
La latitud y la longitud no son cosas sobre las que pueda pasase sin más, ya que han sido determinantes en la evolución de la Humanidad. El aprender a calcular una y otra no fue un conocimiento simultáneo. Los vikingos, por ejemplo, sabían calcular la latitud (Norte o Sur), pero no la longitud (Este, Oeste). Lo cual les obligaba a una navegación de cabotaje en sus expediciones. Ello suponía que para ir de la Península escandinava al cabo de Finisterre, por ejemplo, tuvieran que recorrer toda la costa hasta el golfo de Vizcaya y luego el Cantábrico hasta la Torre de Hércules, con la consiguiente “incomodidad” para los pueblos que se asentaban en sus riberas.
Magallanes, del que también la Vice dijo en su día que como era portugués, la honra de su gesta pertenecía por igual a ambos países, despreciando el insignificante dato de que naos y dineros los puso España después de que de Portugal lo echaran a patadas, y solo se acordaran de él cuando, ya con las maletas hechas lo acusaron de traidor a su país. Bueno a lo que íbamos, que al bueno de Magallanes la latitud estuvo a punto de fastidiarle la empresa por fiarse de unos mapas, que solo él tenía, y que situaban el estrecho que hoy lleva su nombre, casi a la altura del Río de la Plata.
Por culpa, esta vez de la Longitud (y del Papa Alejandro VI), en Brasil no hablan español, sino portugués. En fin, hay muchos ejemplos más a lo largo y ancho de la Historia que nos han contado.
El Coronavirus, sin embargo, ha sabido calcular perfectamente latitud y longitud y ha masacrado a la población que “casualmente” se asentaba en lo que los geógrafos denominan Hemisferio Humano. Casualidades de la vida.
Yo sé que los de letras tenemos una propensión natural a justificar y reivindicar nuestra ignorancia de todo aquello que no sea recitar a Machado (¿Se puede recitar a Machado todavía, o ahora es de fachas?) Pero bueno algo de Geografía…