Al principio fueron casos aislados que apenas se reflejaron como una breve noticia en las secciones de sucesos de los Mcs. El hecho de que un animal atacase a un ser humano no era tan extraño como para preocuparse en exceso: siempre había habido casos de este tipo. Con el paso de los días el número de ataques comenzó a aumentar. Ya no se trataba solamente de animales salvajes que se enfrentaban abiertamente a las personas, eran los animales domésticos los que también se “rebelaban” contra sus dueños y los atacaban.
La gente comenzó a preocuparse y por ende las autoridades, que veían como se denunciaban cada día más casos de agresiones. Hoy era un jabalí el que al llegar el labrador a su huerto no huía y se le enfrentaba atacándole abiertamente. Mañana era un perro el que después de su paseo diario, al llegar a casa, mordía a su dueño. En la costa, las gaviotas pasaron de su natural oportunismo de robar el pescado que podían, a abalanzarse sobre los pescadores que regresaban al puerto; y así con animales de todo tipo, hasta las pequeñas mascotas como hámster, conejos y cobayas atacaban a los niños que las cuidaban. Casos y más casos de ataques, algunos de ellos con el trágico resultado de la muerte.
En apenas quince días el asunto comenzó a adquirir tintes dramáticos. Prácticamente no se podía salir al campo sin que un animal te amedrentara y te atacara. Pronto se generalizó también en los espacios naturales de las ciudades; y niños y mayores comenzaron a sufrir en los parques ataques de perros, gatos y aves. Aunque quizá lo peor fueron las ratas: salían a cientos de las alcantarillas y correteaban a su antojo mordiendo a cualquiera que se acercase con intención de ahuyentarlas.
Los etólogos no se explicaban ese cambio de comportamiento. Se crearon comisiones de expertos que trataban inútilmente de dar con una explicación coherente. Los animalistas comenzaron a hablar de una vendetta de los animales contra el hombre por estar destruyendo el hábitat. Algo así como un movimiento de lucha por la supervivencia a escala planetaria de todas las especies contra la única que los amenazaba a todos. Y es que, efectivamente, el problema no se circunscribía a ningún país en concreto, ni siquiera a un área geográfica: los ataques se estaban produciendo en todo el mundo.
El gobierno de la nación anunció medidas urgentes: desplegó a las fuerzas y cuerpos de seguridad, también al ejército, forestales y guardabosques, incluso activó a los reservistas; todos con la orden de disparar a cualquier animal que de una forma clara agrediera, o amenazara con agredir, a una persona. Creó también un servicio de sacrifico de mascotas a domicilio, pero los dueños de las mismas optaron mayoritariamente por abandonarlas antes que enfrentarse con el amargo trago de tener que sacrificarlas, aumentando con ello el problema de la seguridad en las calles.
Las medidas se revelaron insuficientes. Los ataques continuaban y aumentaban los casos en una progresión más que preocupante. El gobierno habilitó entonces un periodo de caza permanente, sin límites de territorio, y permitió que los cazadores salieran con sus armas a la calle y dispararan a los animales. Pero el espacio era demasiado grande para cubrirlo de una forma que garantizase la seguridad de todos sus habitantes. Además, muchos ganaderos preferían ver a sus animales sueltos en el monte y correr el riesgo de que los atacasen antes que sacrificarlos.
A pesar de todo el esfuerzo se reveló que, por ejemplo, las armas de las fcse., y las del ejército, no eran las más adecuadas para la caza, ni sus integrantes estaban adiestrados en ese tipo de acciones. Hubo bastantes accidentes en los que, lamentablemente, resultaron muertas algunas personas. Así que las actuaciones no fueron suficientemente eficaces. Finalmente hubo que decretar el Estado de Alarma y confinar a la población en sus domicilios ante la imposibilidad de defenderla del ataque de los animales.
Sin embargo, no quedaba más remedio que mantener determinados servicios esenciales, y permitir ciertas actividades como ir a la compra, al médico, a la farmacia etc., y la gente comenzó a demandar que se le permitiera comprar y portar armas para defenderse. El gobierno se resistía pero era consciente de que si no podía garantizar la seguridad de la población, no le quedaría más remedio que reconocer el problema y ceder.
La oposición acusó al gobierno de inacción y de falta de capacidad para liderar una respuesta al problema, de no contar con los recursos suficientes: armas y municiones, de no tener un plan y de actuar a salto de mata y de forma prepotente.
El gobierno puso a las fábricas nacionales de armas y municiones a trabajar 24 horas al día, pero su capacidad era la que era y no se podían hacer milagros. Incluso empresas particulares se pusieron a fabricar armas con impresoras tres de. Pero no era suficiente, así que la gente comenzó a salir a la calle con arcos de caza u otros fabricados de circunstancias; con lanzas hechas con el palo de la escoba y un cuchillo de la cocina; con viejos sables de los que decoraban los escudos de armas que habían comprado un día como suvenir.
La oposición puso el grito en el cielo y cargó de nuevo contra el gobierno y éste, encalabrinado, la acusó de haber realizado, cuando gobernaba, los mayores recortes que se recordaban en la industria de defensa.
En su comparecencia semanal, el Presidente anunció que se había comprado una importante partida de armas a EE.UU, que en breve serían puestas a disposición de los ciudadanos. Asimismo se habían comprado varias toneladas de municiones a China. La legislación se modificaría por Real Decreto permitiendo a todas las personas mayores de 16 años, adquirir armas de caza y defenderse con ellas del ataque de los animales.
Las autonomías acusaron al gobierno del Estado de ineficacia en la gestión y de afán centralizador, y le exigieron poder establecer sus propios canales de suministro de armas y municiones, así como determinar las normas para cazar a los animales en sus respectivas comunidades.
Cuando llegaron las armas de EE.UU., algunos de los calibres no eran aptos para disparar las municiones adquiridas en China, amén de cartuchos cuyos fulminantes eran defectuosos y no se producía la ignición de la carga de proyección. La ministra de defensa aseguró que se solucionaría el problema, que se devolvería la munición defectuosa y se exigiría su reposición.
Otro problema eran los cadáveres de los animales en descomposición que comenzaban a aparecer por doquier. En los primeros análisis los veterinarios no detectaron ningún tipo de virus que fuese contagioso para el hombre, o que pudiera transmitirse por la manipulación de los mismos, pero la descomposición de los animales muertos amenazaba con contaminar las aguas, amén del hedor que desprendían. El ministro de medio ambiente aseguró que se estaba atajando el problema y que los cadáveres estaban siendo incinerados en grandes hornos industriales. Pero las televisiones sacaban a diario imágenes de animales muertos que nadie recogía.
Los hospitales se sumaron al problema, y pronto sus salas de urgencias se vieron incapaces de atender a todas las personas que llegaban con mordeduras, algunas muy graves, y todo tipo de traumatismos y en unos días se agotaron además las vacunas antirrábicas.
Nuevos debates en el Congreso de la nación, con cruce de acusaciones entre el gobierno y la oposición intentando endosarle el problema al otro.
Pronto comenzaron a escasear los productos que tenían como base la explotación animal: carne, pescado, leche, huevos, y todos sus derivados. A continuación los que procedían de explotaciones agrarias, ya que cada vez era más difícil acceder a las zonas de cultivo sin ser atacados.
Las armas pasaron de ser un elemento de defensa frente al ataque de los animales, a servir de coacción para robar los recursos que comenzaban a escasear. La situación se iba claramente de las manos.
Entonces se oyó como un pitido; al principio débil, luego más intenso y finalmente uno final más largo: son las siete de la mañana. Gonzalo se despertó sudando como un pollo. Se levantó de un salto y bajó a la cocina. Su gata comía plácidamente de un cuenco. Gonzalo se sentó en el sofá y e quedó mirando hacia la ventana. Carioca se acercó a él y se frotó, mimosa, contra sus piernas.