No sé cuál de los dos socios de Gobierno, habrá sido el que haya dicho (o está a punto de decir): “Tenemos que hablar”. Y ya saben que cuando se pronuncia esa frase en la pareja, se avecinan problemas. Yo creo que la va a decir Pablo. Lo digo porque, si recuerdan el abrazo que ambos se dieron y que quedó como imagen icónica del Pacto de Gobierno, fue Pablo el único que abrazó de verdad. Pedro se dejó querer, pero abrazar…
Y es que a los hombres nos cuesta mucho abrazar, salvo entre amigos, donde el abrazo no es solo un gesto de cariño, sino de demostración de fuerza: hay un choque entre los dos cuerpos, golpes en la espalda y zarandeos frecuentemente acompañados de insultos cariñosos como: “Cada día estás más calvo, maricón”, o “Vaya tripa que has echado, cabronazo”. Cuando dos tíos se “elogian” de esa manera puede usted estar seguro de que se aprecian de verdad, y de que su lealtad es eterna.
No hubo nada de eso en el abrazo del Pacto. Aquel fue un abrazo de amantes; un abrazo en el que una parte se entregaba incondicionalmente a la otra, pero en el que ni tan siquiera las manos intentaron luego bajar al culo, tal y como hacíamos en mi juventud cuando bailábamos “lo lento”, y que hubiera sido, al menos, garantía de que había un interés mutuo en el Pacto. Fue, como digo, un abrazo de amor platónico, en el que lo material se excluía. Un amor que, en el fondo, una de las partes sabía no correspondido.
Estas cosas se las cuento a ustedes, sin embargo no las vayan contando luego por ahí.