PUBLICADO EN LA ANTOLOGÍA DEL IV CERTAMEN LITERARIO DE «ENCINAS REALES»
Te imagino rompiendo mis abrazos,
y en mi sueño
me despierto solo.
Por la ventana entreabierta del dormitorio
un viento, —que sueña con ser brisa—,
acuna los visillos enjugándome el rostro.
A ratos me duele el corazón —y un poco el alma—,
con un dolor seco y sordo:
con un dolor infame
que lo va pudriendo todo.
Sin saber por qué araño la almohada,
pero no sangra.
Entonces me levanto,
y recorro la habitación como un loco
buscando tu foto,
aquella que nos hicimos
el año que no hubo otoño.
Miro entre los libros que ya no leo,
y en la alacena,
donde están mis cartas llenas de polvo.
Hace tiempo que quemé las tuyas…
Al final, la encuentro
en el cajón donde lo metes todo,
al lado de un carné viejo,
dos pilas descargadas
y un calzador roto.
¡Ya no puedo más!, —te grito—,
¡voy a volverme loco!
Pero tú no me contestas:
¿Será cierto que estoy solo?
Empiezo a mover los muebles:
¡voy a cambiarlo todo!
Mido la habitación con pasos:
de aquí a allí, doce;
de allí a aquí, dieciocho.
La última vez que la medimos
me pareció más grande.
Claro que fue… aquel año
que no hubo otoño.
Me sorprende el alba
reflejando en el cristal
su perfil anaranjado, casi rojo.
No quiero que me dé el sol:
¡no lo soporto! Pero
no funcionan las persianas
y los estores están rotos.
¡Cómo odio los estores!: ¡cómo los odio!
Tú te empeñaste en ponerlos
en todos los dormitorios.
Eso fue aquel año… ¿recuerdas?,
el año que no hubo otoño.