Leo en la prensa que Puigdemont solicitó del Tribunal Supremo que dejaran de referirse a él como un “huido” y que prefería la denominación de “ausente”. El Tribunal Supremo ha rechazado la petición.
La verdad es que yo creo que, en esta ocasión y sin que sirva de precedente, Puigdemont tiene razón. Sí, no se sorprendan. La evolución de su pensamiento político creo que justifica sobradamente que reivindique el giro filofalangista y joseantoniano. Y es que, si bien como nombre común, ausente no le sería de aplicación puesto que no ignoramos que está vivo y donde está, sí le es de aplicación como adjetivo; y todavía lo es más si atendemos a sus sinónimos: persona que no tiene la atención enfocada en el presente, que no está concentrada, distraído, ensimismado, añorante, carente, escapado, insuficiente, meditabundo, nostálgico, perdido, privado, solo, triste, vacío…sólo por citar algunos.
Los “Camisas viejas” al referirse al líder falangista fusilado en Alicante, comenzaron a llamarle “El ausente”. El artículo transformó el sustantivo en adjetivo e hizo crecer el mito del líder. Franco, al que no le vino demasiado mal desde el punto de vista político que lo fusilaran, alimentó las brasas con un traslado de epopeya a hombros de falangistas desde Alicante a Madrid. Dos meses tardó la comitiva, que yo creo que solo lo superó Juana la Loca recorriendo España con el cadáver de su malogrado marido, bueno con lo que quedaba de él.
Así que visto cómo va evolucionando el asunto, yo creo que en Monserrat deberían comenzar a prepararse para cuando algún día, quiera Dios que dentro de muchos años, sea necesario acometer la inevitable y dolorosa tarea. Nunca está demás tener previstos los protocolos, al fin y al cabo su reiteración, los convierte en tradición y se vuelven ya intocables, vean sino la Tomatina.
Termino. Hay una película de piratas, ya muy antigua, de esas que veíamos los niños en sesión matinal mientras nuestros padres hacían el vermú, que se titulaba “El Hidalgo de los Mares” en la que un joven Gregory Peck, se las veía con un tal Julián de Alvarado que, alzado en rebelión contra España, se hacía llamar “El Supremo”. Démosle tiempo al tiempo.