EL CORNUDO CORTÉS

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Me llama un buen amigo para pedirme consejo. Su mujer tiene un amante desde hace ya algunos años. Es una relación seria y consolidada, nada que ver con una aventura de cena de empresa o durante un viaje con las amigas a la Capadocia. La cuestión es que ella le propone que, tal y como está la situación y que a esto no se le ve mejoría por ningún sitio, su amante se venga a vivir a casa con ellos. Dicho así suena un poco radical, pero claro, como ella dice: entre los confinamientos, la burbuja y la asepsia, pues, oye, que yo no  puedo con todo. Además, y en eso no le falta razón, desde que se fue la nena tienen un cuarto libre y repartir gastos nunca viene mal.

Mi amigo dice que entiende el planteamiento, pero que no lo acaba de ver, que le da como cosa.

A mí el asunto me cogió un poco en frio, la verdad, y como es un amigo de toda la vida, no quería meter la pata precipitándome. Por una parte – le digo -, no se puede negar que hay un encomiable sentido de la responsabilidad en la propuesta; y que persigue el logro de un bien superior y, en este caso, colectivo que debe primar siempre frente al individual. Claro que una cosa es que te des con los cuernos en el dintel de la puerta de vez en cuando, y otra que te hagan una larga cambiada en el pasillo de casa cada vez que vayas a buscar un yogur a la nevera.

No sé qué decidirán al final. Yo, como terapia, le he recomendado a mi amigo que retome a Cela, que en su obra Rol de Cornudos, alude, entre otros muchos casos, a un tipo en el que yo creo que él encaja a la perfección: “el cornudo bonachón”, al que el gallego universal define como un cornudo cortés, y que es aquel que recrimina dulcemente a su esposa sorprendida en flagrante adulterio, diciéndole: ¡Pero, mujer! ¿Otra vez jodiendo?

¡Cuántos cambios nos traerá todavía la pandemia!

 

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