Dom 05 mayo 2024
El héroe en la batalla
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El héroe en la batalla

Hendido en el esfuerzo su costado:
grave y formal, desmenuzaba el miedo;
y con gesto firme y ademán calmado
—proclamando lo excelso de su credo—,
se aceptaba soberbio en su pecado
aceptando el destino con denuedo.
Y casi sin apenas masticar,
dolor y miedo tuvo que tragar.

Estaba —como todos—, prisionero
del valor que a la fuerza lo impulsaba:
forjado a fuego por un cruel herrero.
Pero cuando sus ojos me miraban,
detrás de aquel afán tan altanero,
un lamento mudo lo traicionaba.
Y su frente perlada de sudor,
fruncida, reflejaba su temor.

Tal vez, si ruego al dios en que no creo
—se dijo por lo bajo en su amargura—,
misericorde acceda a mi deseo,
y se avenga a pactar una conjura
que alivie esta miseria que acarreo.
Y en el postrer instante de cordura
amalgamó palabras al azar
tratando inútilmente de rezar.

Se humilló, finalmente, ante la muerte;
¡le suplicó buscando otra salida!
Le respondió que no, no tuvo suerte:
«Esta aventura será solo de ida,
y tu cuerpo retornarán inerte;
no hay nada en tu destino que lo impida.
Reúne, pues, lo parco del bagaje
y zurce las costuras del coraje».

Cuando cesaron todas las proclamas
y en el fango se hundieron los clarines,
quedaron sobre el campo las jindamas:
despojos del dolor de los más ruines.
Barrió el viento las últimas soflamas
y el postrer tremolar de banderines;
y amontonando aquellos cuerpos yertos
enterraron los vivos, a los muertos.

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