La tendencia a idealizar situaciones pretéritas es inherente a la forma de razonar del ser humano. Nada nuevo. Pero el “cualquier tiempo pasado fue mejor” se basa, generalmente, en un desconocimiento real de las situaciones, bien por acción, omisión o sesgo interesado. Ahora, para solucionar la que se nos viene encima, se está popularizando como si fuera el bálsamo de fierabrás, el que se denominó Plan Marshall (PM), y del que, aunque el célebre general americano fue el encargado de desarrollarlo, no fue padre intelectual.
Explicar en toda su profundidad el PM requiere unos conocimientos de macroeconomía que no poseo. Pero intentaré en unas pocas líneas desmitificarlo como una solidaria y desinteresada donación que en forma de dólares americanos fluyo de EE.UU. hacia Europa como si de la Corriente del Golfo se tratase, minimizando el esfuerzo que la propia Europa hizo.
Al terminar la II Guerra Mundial, Europa estaba destrozada; y en Alemania, más concretamente, no quedaba piedra sobre piedra. Una vez enterrados los muertos y celebrados los desfiles, EE.UU. dijo: bueno…hay que ir pensando en hablar de dinero. Durante la guerra le había dejado dinero a todos los aliados, pero al Reino Unido y a Francia, más. Ambas naciones miraron entonces hacia Alemania y al igual que Clemenceau al acabar la Gran Guerra dijeron: “L’Allemagne paiera”. Pero Alemania, con un gesto de impotencia, se limitó a encogerse de hombros. La verdad es que no podía hacer otra cosa. Su situación era tan crítica que para comprar una barra de pan había que llevar los marcos en una carretilla (hay fotografías).
EE.UU. había mantenido lucrativos “negocios” con Alemania prácticamente hasta 1942, cuando entró en la guerra. Pero al finalizar la contienda la consigna de Truman fue: a Alemania ni agua. No es de extrañar, ya que la experiencia de la IGM había sido que a pesar de las duras condiciones del Tratado de Versalles (1919), Alemania se recuperó, se rearmó y puso de nuevo en jaque a Europa.
Así que la cosa estaba más o menos así: si Alemania no era capaz de recuperarse económicamente, no podría pagar la deuda de guerra a Francia y Reino Unido. Si éstos no cobraban, no le podrían pagar a EE.UU., y si Europa, en general, no recuperaba su capacidad de endeudarse de nuevo comprándole a EE.UU. ¿a quien le iba a vender Norteamérica sus productos? Téngase en cuenta que la industria de EE.UU., estaba intacta. Su territorio continental no había sufrido ningún tipo de devastación durante la guerra.
El entonces Secretario de Estado George Marshall, que era de Uniontown, Pensivania, – y usted me dirá ¿qué tiene eso que ver? pues, la verdad, nada; lo pongo porque en las películas americanas siempre que se habla de alguien dicen el pueblo y el estado. Es como si aquí en España dijésemos que alguien era de Plasencia (Cáceres) cuando todo el mundo sabe que Plasencia está en esa provincia (me refiero naturalmente a los que cursamos el antiguo bachillerato) – Bueno, a lo que íbamos, que Marshall le dijo a Truman como estaba la cosa y quizá aquello de: si le debes mil dólares al banco tienes un problema, si le debes un millón, el problema lo tiene le banco; y Alemania debía muchos, pero que muchos millones. El dinero inició así un curioso circuito desde EE.UU. hasta Europa para regresar, con el tiempo y con intereses, a EE.UU. Además había una serie de intenciones, nada desdeñables, de índole política. EE.UU. se planteaba una influencia más real en Europa que la que había tenido hasta entonces, y veía con creciente preocupación el intento de abrazo del Oso moscovita.
Los soviéticos, también fueron invitados al PM, pero intuyeron la añagaza de Truman y los afanes imperialistas que se escondían tras la “solidaridad” americana. Así que se conformaron inicialmente con su trozo de pastel y desmontaron la industria pesada de la parte alemana que les cupo en el reparto (como los aliados hicieron en la otra) llevándose hasta las arandelas de las fábricas.
El PM aportó 14.000 millones de $ de la época, y se prolongó durante 4 años (1947-1951), pero ni fue tan solidario como se pretende, ni los dólares yanquis fueron lo único que sacó a Europa de la tremenda crisis económica que se produjo tras la IIGM.