Vie 14 febrero 2025
El primo de Zumosol
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En el año 2018 publiqué en el blog un artículo con el título de Europa fracasará, de nuevo. https://laoctavasilla.com/europa-fracasarade-nuevo/ Posteriormente, he dedicado alguno más a este asunto cada vez que se producía una nueva crisis. Pero son ya demasiados fracasos los que Europa va acumulando y el último, el que está a punto de salir del horno, es demasiado grave para obviarlo.

Personalmente no es que me sorprenda. Creo que las generaciones venideras verán, no tardando mucho, el declive —en forma de tácito sometimiento— de una Europa que quizá nunca existió más allá de la mente de las élites políticas. Ha bastado que, en una especie de ópera bufa, los ciudadanos sitúen en la presidencia de EE.UU., (porque ese empeño de llamar al país América es, en sí mismo, muy expresivo) a un tipo como Trump, para que se disparen todas las alarmas y nos acordemos de Santa Bárbara. Pero Santa Bárbara quiere que se acuerden de ella todos los días: no solo los días de precepto.

Las medidas que ha tomado en el escaso tiempo que lleva en el despacho oval, han entusiasmado a sus votantes. Y la intelectualidad europea debatiendo sobre el sexo de los ángeles. La prensa se hará eco ahora de los: no puede ser; esto es intolerable; es un fascista y todos los improperios que a ustedes se les ocurran. Pero me temo que, a no ser que nos pongamos las pilas, cosa que dudo, eso no evitará que su poder y su dinero marquen el paso.

Trump ha dado donde duele: en la economía y en la seguridad. Y ha demostrado de lo que es capaz con solo con esgrimir una serie de amenazas. Que las cumpla o no, es otro cantar; y es posible que en economía patine, pero en seguridad me temo que va a llegar hasta el final.

Lo curioso es que la historia ha sido palmaria analizando situaciones en las que el bravucón de la clase se pone chulo y hay que llamar al primo de Zumosol. Pero ¿qué pasa cuando el primo dice que no viene, que te las apañes tú solo?

Europa creía que EE.UU. siempre estaría ahí, tal vez porque en los cines europeos se vieron demasiadas películas en las que los estadounidenses ganaban la GM II, cuando, en realidad, los que más carne en el asador pusieron fueron los rusos: hasta 20.000.000. Claro que, hay que tener en cuenta que a los gobernantes de la madre Rusia— a los de antes, a los de luego y a los de ahora—, nunca les importó demasiado la perdida de vidas (se sobreentiende que a parte de la suya), como evidencian dos episodios que narra Tomás de Salvador en su magnifico libro División 250, cuando cuenta cómo los rusos lanzaban paracaidistas, cuando había nevado abundantemente, a baja cota…sin paracaídas, asumiendo el tanto por ciento de bajas. O cuando avanzaban varios hombres, uno detrás de otro, y tan solo el primero llevaba fusil, fusil que era recogido por el siguiente cuando el primero caía, y así sucesivamente.

Pero, como digo, nada de esto es nuevo: la libertad no es gratis, no viene de serie, a pesar de lo que puedan creer algunos, sobre todo en entre las generaciones más jóvenes. Lo sabían bien ya en la antigua Grecia, donde solo los ciudadanos podían formar parte de las falanges que ellos habían heredado de los macedonios. Consideraban que las virtudes que llevaba aparejada la condición de ciudadano, eran necesarias para mantener aquella formación de combate, clave de su éxito en el campo de batalla, sin desfallecer. Roma heredó este espíritu y durante años solo los ciudadanos romanos podían formar parte del ejército, especialmente en armas como Caballería. Con la decadencia se vieron obligados a reclutar sin tener en cuenta ese extremo, y asimismo muchas tropas mercenarias, especialmente en las que se conocía como tropas auxiliares. Del mismo modo, comenzaron a encargar la protección de las fronteras del imperio a los pueblos que se acercaban, amenazadores, a las mismas; y funcionó durante un tiempo…durante un tiempo. Pero llegaron más y más bárbaros y todos querían una parte del botín, hasta que, al final, se lo quedaron todo, o casi.

Ya en el siglo XX, la política y la diplomacia fracasaron cuando con la perestroika, quizá, se abrió una oportunidad de reestablecer los limites de Europa; y de aquellos polvos tenemos estos lodos. Hasta que otro visionario llegó al Kremlin y convenció a los bisnietos de Tovarich de que merecía la pena morir por recuperar el esplendor de la Gran Rusia.

Putin sabía desde el principio hasta donde iba a llegar Europa en la guerra de Ucrania: dinero, armas y apoyo en inteligencia, pero ni un solo soldado. Ninguna nación europea enviaría a sus hijos a morir por aquel país. Y lo sabía porque Europa lo había demostrado palmariamente en la guerra de los Balcanes, con episodios tan lamentables como el de Srebrenica, y otros menos conocidos.

Ahora, Trump ha lanzado «órdago a la grande», va a terminar con la guerra —como prometió— y le dejará las manos libres a Putin para que practique, por las buenas o por las malas, una política expansionista. Al fin y al cabo, el pretende los mismo con Canadá, Groenlandia, Panamá y…gaza. De momento

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