Los informativos han pasado como de puntillas por encima de la noticia. “El Papa se quedó ayer encerrado veinticinco minutos en un ascensor”.
Sin embargo, yo creo que ha intentado escamotearse a la feligresía la importancia de una noticia que tiene una transcendencia mucho mayor. Algo que puede remover de nuevo dogmas esenciales de la religión Católica.
Que usted o yo, simples mortales, nos quedemos encerados en un ascensor, pues no pasa de ser una situación incómoda, que en algún caso y ante la presencia de determinadas fobias, o de una perentoria necesidad evacuatoria, puede adquirir algún tinte dramático. Pulsamos el botón de la alarma y esperamos pacientemente a que el técnico de la empresa nos saque del apuro. Pero ¡El Papa! ¡El sucesor de Pedro!
Imagino los nervios en el Vaticano al detonar la noticia: “¡il santo padre non è stato trovato!”; y es que en puridad, en el tiempo durante el cual el Papa estuvo encerrado en el ascensor, la situación en la Iglesia fue, de facto, de “sede vacante”, por lo que habría que haber recurrido al camarlengo para evitar ese vacío de poder.
Luego está el asunto de que hubiera que avisar a los “vigili del fuoco”. ¡Hombre, eso para un cristiano de base, pero para el Vicario de Cristo! Yo suponía que el Papa, ante una incidencia como esa, alzaría al techo del ascensor la mirada (no con la intención de salir por el mismo, eso sólo se hace en las películas), y con los ojos glaucos, pronunciaría la bíblica frase: “Eli, Eli, lema sabachtani”. Pero los bomberos…
En fin creo que hoy se está analizando en el Colegio Cardenalicio el asunto. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia.