En el siglo IV aC., Jenofonte escribió su Anábasis, también conocida como la Expedición de los Diez mil. No les cansaré a ustedes con detalles que, de querer profundizar, encontrarán en Wikipedia, o mejor aún si se leen el libro.
Narrado a brochazos gruesos la cosa fue más o menos así: Ciro el Joven y Artajerjes II eran dos hermanos que aspiraban a quedarse con el trono de Persia. Como no se ponían de acuerdo, llegaron a las manos y Ciro reclutó mercenarios griegos – no reparó en gastos y pidió espartanos – para que le echaran una mano. Los mercenarios se apuntaron encantados, ya que desde que se habían acabado las guerras del Peloponeso andaban todo el día de acá para allá jugando al dominó (o a lo que jugaran los griegos para pasar el rato).
Esparta, sagazmente, no tomo partido de forma oficial y les dijo a sus muchachos: el que quiera ir que vaya. Cosa que, aunque les sorprenda, se sigue permitiendo hoy en día en determinados ejércitos occidentales. Pero Ciro no fue del todo sincero. Les contó una milonga sobre su misión y cuando ya era evidente que se iban a enfrentar al ejército persa de su hermano, los mercenarios se cabrearon; Ciro prometió una paga mayor y la cosa se calmó.
En la Batalla de Cunaxa (401 aC.) se enfrentaron ambos ejércitos y, según Jenofonte, los griegos eran pocos y los persas muchos, contando así por encima. Pero a los espartanos cuando formaban la falange y lanzaban su grito de guerra no los paraba ni dios, así que iban masacrando al ejército de Artajerjes cuando la mala suerte quiso que Ciro palmara y entonces sus soldados persas se lo pensaron mejor y se quitaron de en medio. Los espartanos siguieron en la brecha y acabaron derrotando a Artajerjes. Habían ganado, sí, pero estaban solos y aislados en territorio enemigo y encima sin poder cobrar, cosa que los mercenarios – que nunca han tenido Convenio Colectivo – han llevado muy mal de toda la vida. Pactaron una tregua, pero los llevaron al huerto y acabaron matando a sus jefes. Hubo que nombrar otros deprisa y corriendo, Jenofonte vio hueco y se apuntó de capo di tutti capi.
Tardaron dos años en desandar lo andado, peleándose hasta con el apuntador; y por fin llegaron al Mar Negro y gritaron aquello de: ¡Thalassa! ¡Thalassa! que es algo parecido a lo que los madrileños gritaban cuando llegaban en el Tren Botijo a Alicante, pero en griego antiguo.
Bueno, pues ahora dice el Juez titular del Juzgado de Instrucción número 1 de Barcelona, Joaquín Aguirre, que de las conversaciones intervenidas entre republicano Xavier Vendrell y el dirigente de Convergencia Democrática de Catalunya, Víctor Terradellas, se deprende, entre otras cosas, que Putin habría ofrecido a Puigdemont su particular Anábasis. Nada menos que 10.000 soldados y pagar además toda la deuda catalana; pero – dice Terradellas – que la cosa no cuajó porque Puigdemont “se cagó en los calzoncillos”.
¡Por favor! No hace falta tener un master en geoestrategia para darse cuenta de la boutade que es todo ese asunto. Atacar a un país de la OTAN es, según el Principio de defensa Colectiva que se detalla en el Artículo 5 del Tratado Fundacional, atacarlos a todos.
Artículo 5. Las partes convienen en que un ataque armado contra una o contra varias de ellas, acaecido en Europa o en América del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas ellas y, en consecuencia, acuerdan que si tal ataque se produce, cada una de ellas, en ejercicio del derecho de legítima defensa individual o colectiva, reconocido por el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, asistirá a la Parte o Partes así atacadas, adoptando seguidamente, individualmente y de acuerdo con las otras Partes, las medidas que juzgue necesarias, incluso el empleo de la fuerza armada, para restablecer y mantener la seguridad en la región del Atlántico Norte.
Miren, a mí esto me recuerda más a ese grupo de tíos que sale una noche de juerga y uno de ellos consigue que le haga caso la tía más buena del bar. Los demás asisten expectantes al intento de ligoteo, y cuando, al final el tío regresa, dice aquello de: “me quería dar su número, pero… paso, no quiero líos». ¡Venga ya, hombre! Sustituya usted a los protagonistas del bar por Terradellas y Serguéi Markov, ex diputado del partido oficialista Rusia Unida (que aquí haría de tía buena); ponga sobre la mesa mucho vodka y nasdrovia va nasdrovia viene, que ya sabemos todos los que pasa cuando se llega a la Fase III, la de “exaltación de la amistad”.
El problema del Independentismo catalán ha sido siempre el mismo: viven en una realidad paralela. Claro que ahora cómo van a mandar satélites al espacio, a lo mejor los apoya también la NASA. Yo de Trump me espero cualquier cosa.
Creo que en el Estado Mayor de la Defensa (EMAD) están que no duermen con todo este asunto.