La Dirección le advierte de que el contenido de este artículo puede incluir consideraciones de tinte ideológico, a favor o en contra de todo lo que a usted le dé la gana. Si continua leyendo lo hará exclusivamente bajo su responsabilidad (acepte los cookies).
Ahora ya puedo comenzar a escribir tranquilo. La primera pregunta que le surgirá a usted, querido lector, es ¿quién es la Dirección? Pero alma de cántaro: ¡La Dirección no existe! No ha existido nunca. La Dirección es tesis y antítesis; es teorema y corolario; es luz y oscuridad; es implícito y explicito; es admisible o inadmisible; es sólido o ingrávido; es rígida y es moldeable; es oprimir o liberar. Puede hasta ser paz y guerra, porque la Dirección es Política, y la política transforma – según el aforismo más conocido de Clausewitz – hasta la paz en la guerra mediante “la continuación de la política por otros medios”. La Dirección es, en definitiva, todo lo que usted admita que sea.
La Dirección le dice a usted qué libros y periódicos debe leer, qué películas debe ver, qué programas de radio debe escuchar. Al mismo tiempo, lógicamente, le dice qué libros NO debe leer, qué películas NO debe ver, qué programas de radio o de televisión NO debe escuchar. La Dirección lo alerta de las buenas y malas compañías, especialmente si las compañías son multitudinarias y adquieren niveles de manifestación. Le enseña a ser políticamente correcto en las reuniones sociales; aunque, como toda norma tiene su excepción, tolera la incorreción si la discusión es entre cuñados. Porque la Dirección, amigo mío, NO SE FÍA DE USTED. La Dirección cree que sin su tutela, sin su benéfica supervisión, usted, eterno aspirante a ciudadano, no es capaz de desenvolverse en esta vida. Por eso la Dirección reinterpreta – haciéndole a usted un inmenso favor – la Historia, la reescribe (ya da casi vergüenza volver a citar a Orwell) de forma que el Pasado no existió como realmente fue. El Pasado es un error, porque ocurrió de una forma que no debió ocurrir: el Pasado se equivocó.
Sí, lo confieso, también a mí me dan ganas de irme a la casa que tiene mi mujer, perdida en lo más profundo de la montaña gallega y no volver a salir. De autoimponerme un confinamiento perpetuo. Luego pongo la tele y se me pasa toda la tontería.