La higuera

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TERCER PREMIO EN EL XLIX CONCURSO LITERARIO MOLINO DE «LA BELLA QUITERIA»

 

La higuera

Revientas puntual con el solsticio

colmando mi afán cada verano,

y esperando a que madrugue la mañana

—antes de que el sol suba a lo alto—,

veo al mirlo lanzarse sobre el fruto

impidiendo que llegue a mi cuidado.

Ambos somos ladrones: eso es cierto;

yo robé la tierra donde creces

una tarde en el despacho de un notario;

él tomó tu pago en usufructo

sólo porque lo vio desde lo alto.

Nos miramos de lejos, torvamente,

odiándonos por ti, por tu regalo.

Señorea él las ramas de tu copa,

peleó yo, tenaz, por tu regazo.

Mientras tanto, silente y resignada,

soportas nuestro juego de soldados,

y ajena a una avaricia que no entiendes

nos colmas de frutos madurados,

confiando en que, saciados al fin,

volvamos a nuestros cuarteles de verano.

En ellos seguiremos velando nuestras armas,

esperando a que el aire septembrino

inunde de fragancia todo el campo

para cercar de nuevo tus lugares

y tomar tu casa por asalto.

Sin cobijo de nadie, desvestida,

con tus ramas tristes y apaisadas,

sin que el mirlo brinque ya en tu copa,

pasarás el otoño, solitaria,

reprochándome que venga poco a verte:

que te tenga siempre abandonada.

Y en lo más crudo del invierno,

cuando veas que me acerco con el hacha,

temblarás, como tiembla el condenado

al escuchar como afilan la guadaña.

El viento silbará tu miedo,

certeros tajos abrirán tu alma.

Mas, vencerás al fin, como el titán que eres,

y romperán tus raíces su mordaza

trepando, sin que nadie lo sospeche,

hacia ese cielo que te niega el agua.

Será verde de nuevo tu latido

asomando por la punta de las ramas.

Será dulce tu fruto, y libraremos

de nuevo, el mirlo y yo, inútiles batallas.

Hasta que un verano cualquiera,

reposando a la sombra de tus ramas,

yo me duerma y su canto no me estorbe,

ni me importe que robe a mis espaldas.

Te pediré perdón por mis pecados:

rezaré una última plegaria.

Y abusando de tu bondad, te rogaré

que aceptes mi confesión, aunque sea falsa.

Deja luego que me pudra entre tus hojas,

¡que renazca de nuevo entre tus ramas!

Seré fruto precoz cuando en junio se agriete mi piel.

Seré más dulce aún, cuando en septiembre

refresque mi cuerpo la mañana.

Y dile a todo el que se acerque

que yo dibujé tu copa airosa

y esculpí cada una de tus alas;

que cuando gritabas por la noche

quejándote de sed, fui también yo

quien vertió en tu boca toda el agua.

Que si el mirlo te cantó su copla

y pagó con sus trinos la alcabala,

yo aboné con mi cuerpo tus raíces

pudriéndome entre tus entrañas,

y que llevas en tus frutos… un trozo de mi alma.

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