Jue 28 febrero 2019
La merienda
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La merienda forma parte de los hábitos alimenticios de los españoles desde siempre; de hecho hay quien sostiene que Altamira se pintó en esas horas en la que la luz todavía entraba en la cueva y sus moradores ya habían vuelto de cazar (ellos que todavía podían) y se ponían a merendar.

Los niños de mi generación merendábamos en la calle. Te daban el bocata y ¡hala! Luego tú te preocupabas de intercambiar todo o parte del bocadillo y aprendías lo fundamental que era el diálogo en los procesos negociadores.

Hoy ya no veo merendar a los niños en la calle. Si acaso en algún parque y siempre bajo la atenta mirada de alguno de sus progenitores (excepto en las familias monoparentales).

Bueno, pues hasta ahora la merienda era solo eso: un saludable hábito que servía de separación entre la comida y la cena. Pero la fuerza argumental de la merienda como acto probatorio, en sí mismo, de la ausencia de violencia, ha encontrado hoy en las respuestas del diputado Rufián, un impulso que pasará a los anales de la jurisprudencia:

  • En una revolución no se merienda.
  • Yo merendé.
  • Ergo no hubo revolución.

Habrá quien discuta el silogismo, porque “hay gente pa to”, pero ahí está la Historia:

El 4 de julio de 1776,  parece que Tomas Jefferson sintió algo de gazuza a eso de media tarde, y quiso pedir, a escote, que para eso estaban fundando una democracia, unas hamburguesas, pero George Washington le dijo muy serio: caballero, es que usted no sabe que una revolución nunca se merienda.

El 14 de julio de 1879, Luis XVI pidió a eso de las cinco y media, su chocolate con cruasanes, y tuvo que ser su egregia esposa María Antonieta la que le afeara el gesto diciéndole: pero “mon cheri”, el populacho tomando La Bastilla y tú pensando en merendar.

Lo mismo le paso a Emiliano Zapata, allá por 1910. Cuentan que comía poco al mediodía y después a media tarde le entraba como un desasosiego, así que se pedía unos burritos y Pancho Villa siempre le afeaba que anduviera pensando en merendar cuando a lo que había que estar era volar trenes.

Y qué decir de Lenin en octubre de 1917 (ya saben que en realidad fue noviembre), con un frio de pelotas y solo con el cortado de por la mañana, lógico que el hombre se quisiera pedir algo a media tarde. Pues va Trotsky y le dice que la cosa no está para andar merendando. Normal que luego le cogiera tirria. (Lo de que Ramón Mercader fuera catalán no tiene nada que ver, no le saquen ustedes punta a las cosas).

Si dicen que hasta el Che pedía de merendar cuando volvía de cortar caña de azúcar, hasta que Castro, que era más leído que él, le dijo un día que la costumbre de merendar era propia del imperialismo español y que la Revolución no merendaba.

¡Que hay que leer más!

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