Si Pablo Iglesias fuera taurino, sabría que hay que elegir muy bien a los miembros de la cuadrilla. Y es raro porque, al fin y al cabo, Podemos está muy vinculado a Vistalegre.
Pero los toros, como la política, no son una disciplina de equipo. Solo brilla uno: el maestro, los demás, desde el sobresaliente al mozo de espadas, están para su mayor gloria. De hecho, los aciertos o errores del resto de la cuadrilla en las distintas suertes, apenas son relevantes a la hora de que presidente o público, concedan un trofeo. Solo cuenta lo que haga el torero. Es también el torero el único que recibe, en su circunnavegación por el albero, los aplausos del público. Los demás lo escoltan, y recogen la variedad de objetos que caen al ruedo, una vez que el matador, en una suerte de rito, los ha tocado con su mano.
Así que aunque el varilarguero haya colocado una puya magistral, en su sitio y con la fuerza adecuada, solo se descubre si el diestro le autoriza. Otro tanto ocurre con un espléndido par de banderillas puesto en todo lo alto por uno de los peones, éste solo sale al tercio si su jefe, con calculada displicencia, le indica el camino, no vaya a ser que se lo acabe creyendo. Solo hay un caso en el que el sobresaliente se hace cargo de la lidia y es cuando el torero no puede continuar, que en el caso de un torero ya tiene que estar jodido para abandonar la plaza.
Iñigo Errejón salió al tercio a saludar y aunque no llegó a los medios, Pablo no le había dado permiso. A lo mejor piensa que Pablo no puede seguir toreando y tiene que cortarse la coleta. Pero en los toros y en la política, al final solo cuenta lo que diga el respetable.