El Foro de Davos, o Foro Económico Mundial, se ha reunido (virtualmente) en su primera parte durante el mes de enero. Y mientras llega el mes de las flores para reunirse en persona en Singapur, ha concluido una especie de Tablas de la Ley destinadas a regir el Mundo que viene: el Gran Reinicio lo ha llamado. Influidos sin duda por los grandes gurús de lo digital, y bajo la vigilante sombra del jefe de estado de China Xi Jinping, los líderes mundiales han decidido que la Sociedad no funciona bien y debe resetearse. Ese nuevo Mundo, eso sí, será diseñado por unos pocos que decidirán cómo debe ser, porque ellos – no usted -, sí saben lo que le conviene. La sarta de estupideces objetivas (les confieso que algunas tienen un enunciado tan infantil que sonrojan) que hay detrás de alguna de las declaraciones, no debe, sin embargo, llevarnos a pensar que son inocuas. Algunas son tan “innovadoras” como la que preconiza que debemos olvidarnos del avión y volver a viajar en tren. Bueno, eso usted y yo, porque las élites podrán seguir viajando en avión, solo que les saldrá más caro. Aunque, si hay que elegir una que resuma el espíritu del Foro de 2021, yo me quedo la primera: “No tendrás nada… y serás feliz”. Los puntos suspensivos no son gratuitos. Como si de una mala película de suspense se tratara, nos conminan a una reflexión para alcanzar deductivamente la consecuencia a través de la causa: Podrás ser feliz, solo si no tienes nada. Y es que, según Davos, no tendrás que tener nada porque no necesitarás nada, de todo te proveerá el Estado ¿Les suena? ¿Y cómo haremos todo esto? Pues sobre la base del multilateralismo y la cooperación. ¡Oiga!, y eso lo dicen, sin empacho, cuando la primera reacción de todos los países del mundo ante la pandemia de la COVID, ha sido cerrar las fronteras a cal y canto.
La idea de un mundo feliz, o de una existencia feliz, ha perseguido a las comunidades humanas desde su origen, y casi siempre ha estado inmersa en el mismo planteamiento recurrente: esa confusión de la causa con la consecuencia.
Nietzsche ya alertaba de los riesgos de confundir la causa con la consecuencia. Lo consideraba un error peligroso y lo llamaba “la auténtica corrupción de la razón”. Añadía que era uno de los hábitos más viejos y a la vez más jóvenes de la humanidad y lo identificaba con las religiones. En ese sentido, el nuevo comunismo que ilumina Davos, lo incluye también en su tesis y pontifica: haz esto y no aquello y serás feliz. Es realmente notable la maña que el comunismo, en sus diferentes versiones a lo largo de la Historia, se ha dado para mutar y adaptarse al momento que le ha tocado vivir. Eliminada – más bien auto eliminada – la utopía comunista soviética a principios de los noventa, el comunismo fue capaz de virar hacia lo identitario, y le salió bien. Ahora, cambia de nuevo la derrota y pone rumbo hacia el diseño de un mundo feliz en el que vuelve a incluir gastados y descoloridos ribetes filocomunistas y prometer, una vez más, la Arcadia. Es, en definitiva, el cuento del hombre feliz, que, como ustedes saben lo era porque no tenía “camisa”. Davos retoma así las teorías utilitaristas del XIX, y apunta hacia la felicidad como meta de la Humanidad (dando por sentado que la Humanidad tiene una meta): “La mayor felicidad posible para el mayor número de personas posible”. Y nos conmina a un imperativo de conducta para alcanzar ese bien supremo porque, según este planteamiento, la felicidad no es nunca una situación de partida. La felicidad se alcanza como consecuencia de una serie de acciones correctas, pero partiendo siempre de una situación de infelicidad, de sufrimiento.
Lamentablemente, no hay nada nuevo en lo enunciado por el Foro de Davos. Como dije antes, Nietzsche ya reflexionó sobre estos aspectos y alertaba sobre el riesgo de refutar, sin más, el mundo real: “Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado? ¿acaso el aparente? No, al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente”. Y es que el mundo verdadero, el que nos ha conducido hasta aquí, no desaparecerá solo porque se trate de “desvalorizarlo”. Fantasear con una vida mejor, donde el sufrimiento no exista, es algo inevitable. Pero es muy peligroso eliminar la verdad y subordinarla a valores establecidos según una jerarquía arbitraria. El intento de negar el mundo real y presentarlo como algo degradado tratando de sustituirlo, nos conduce a una inversión de valores que no tiene más objeto que la eliminación de ese mundo real para que pueda nacer un mundo aparentemente más feliz.
¿Quién es el gran beneficiado de este nuevo planteamiento? Sin duda China. No solo porque la atonía de Occidente beneficiará su inmenso potencial económico, sino porque su actual “todo para el Pueblo pero sin el Pueblo”, está siendo avalado por crisis tan graves como la de los EE.UU. donde la democracia clásica acaba de sufrir un importante revés.