Seguro que recuerda usted ese aforismo que dice que “La política es el arte de lo posible”. Bueno, pues, si finalmente esto cuaja y hay investidura, habrá que convenir que es así. Otro asunto es si lo posible está dentro de lo razonable, de lo deseable, de lo necesario para el personal, incluso de lo legal.
No hay unanimidad en la autoría de la frase. Así que más allá de Wikipedia, quédese usted con que ilustres figuras de la política la han pronunciado, normalmente para encubrir situaciones de las que han salido políticamente airosos y no podían contar realmente como.
Merced a “lo posible”, se nos avecina una época de decisiones compartidas y consensuadas en un potro inclemente. Quizá a usted le parezca bien, es usted muy libre. Pero yo, seguramente por deformación profesional no creo en la decisión compartida, ni tampoco en la que es consensuada por que el brete no nos deja otra salida. Creo que el líder, el que corta el bacalao, debe de escuchar, asesorarse, reflexionar y decidir, ya que es de esperar de su formación, política en este caso, que sepa atender a todas las sensibilidades sin lesionar gravemente ninguna, y si el bacalao no está bien cortado apechugar con la responsabilidad. Claro que a lo peor eso de exigir responsabilidad hoy día es mucho esperar.
Y es que en eso del mando compartido hay nefandos ejemplos históricos. Más allá de la hispana alternancia entre canovistas y sagastistas, que no dejaba de ser un chollo y una forma de alejar a los espadones, siempre vigilantes del orden y de que estuviera tranquilo el suelo patrio, ya en la Roma clásica, días hubo en que los ejércitos eran mandados cada día – si he dicho cada día- por un cónsul distinto. Eso de mandar casi al alimón le costó a Roma algún que otro disgusto como la derrota de Cannas por ejemplo, en la que Aníbal machacó a Cayo Terencio Varrón y a Lució Emilio (los dos cónsules romanos) con una de las estrategias más simples que militarmente han sido y que por cierto permaneció vigente hasta la IGM. Los romanos descuidaron sus flancos y menospreciaron la capacidad de los del enemigo, tirándose como locos a lo que les pareció más mollar: el centro de la formación de combate cartaginesa. Pero Aníbal había puesto en el centro a las tropas más flojas, hispanas por cierto, que salieron de naja cuando la cosa empezó a ponerse fea y los de la ribera del Tíber dijeron: esto está “chupao”. Cayeron en la ratonera y Lucio Emilio, junto con ochenta senadores romanos y sesenta mil legionarios (tirando por lo bajo), cascó en el empeño. También nuestro don Rodrigo sufrió en Guadalete las consecuencias de fiar sus flancos a amigos de conveniencia. De esos que en la fase dos de las juergas masculinas, la de la exaltación de la amistad, se juran fidelidad eterna. También cascó el godo. Y es que eso de descuidar los flancos es mala cosa.
Ahora en 2020, los flancos del Gobierno van a quedar al albur de gentes que no tienen empacho en reconocer que si la cosa se tuerce, y en la batalla corren un riesgo que consideran excesivo, ellos no se comprometen a nada. ¡Joder que tropa! Como diría el conde de Romanones, y ese sabía de lo que hablaba, también lo dejaron tirado como una colilla todos los que el día anterior le iban a votar para entrar en la RAE.
Feliz año nuevo.