Hoy, las portadas de los periódicos digitales enfatizan en sus titulares – casi unánimemente – un solo asunto: el cese del coronel Diego Pérez de los Cobos. Aunque en ocasiones suelo entrar en temas tan candentes y polémicos como este, reconozco que me encuentro más cómodo en las noticias que suelen pasar un poco más desapercibidas y que requieren de un “buceo” más profundo, y sobre todo de una capacidad de comprensión que excede al vulgar titular que, con frecuencia, traiciona a la noticia. Hoy, pues, hablaremos de la Bienal de Venecia, y de la obra que expone una de las artistas que nos representará en el que está considerado como uno de los eventos artísticos más importantes de Italia y del mundo. Se llama Iztiar Okariz, y una de las fotografías de la obra en cuestión: Mear en espacios públicos y privados, encabeza el artículo (Sinceramente, no me he atrevido a ponerlas todas).
Para que ustedes, que lamentablemente no están dotados de la sensibilidad que requiere este tipo de arte, (no pasa nada, hay gente que confunde los ordinales con los cardinales y dirige el país) sean capaces de centrarse, les diré que se enmarca dentro del Situacionismo. ¿Y qué es el Situacionismo? Pues según la Wiki: “El movimiento situacionista o situacionismo sería la denominación del pensamiento y la práctica en la política y las artes inspirada por la Internacional Situacionista (1957-1972). Esta corriente, cuyo planteamiento central es la creación de situaciones, emergió debido a una convergencia de planteamientos del marxismo y del avant-garde como la Internacional Letrista y el Movimiento para una Bauhaus Imaginista (MIBI). En 1968 el movimiento propuso el comunismo consejista como orden social ideal.”
Evidentemente, así queda mucho más claro. No, si las cosas cuando se explican…
Según la autora, – y abundamos así en la explicación de la obra – “La provocación y la reflexión de esta obra residen precisamente en lo que tanto incomoda a sus críticos: un cuestionamiento de los roles de género al mostrarse a una mujer adoptando un comportamiento habitualmente considerado masculino (y aceptado en el imaginario colectivo)”. Bien, pues hasta aquí los hechos.
La emisión de fluidos corporales por el ser humano es algo inevitable. Uno de tantos fallos de diseño que arrastramos impenitentemente. Y aunque no forma parte de los castigos bíblicos estoy casi seguro de que Adán y Eva no meaban hasta que “la cagaron”. Es cierto que la micción, – su alcance, su potencia – ha sido asociada tradicionalmente en los varones con la potencia sexual. De una forma cándida, cuando la maldad no inundaba aún nuestros corazones, los niños competíamos con naturalidad a ver quién meaba más lejos. El arbitrio no era nada complejo: se trazaba una línea, nos situábamos frente a ella a una distancia determinada y si la trayectoria, entonces aún curva, la sobrepasaba, se superaba la prueba. Las niñas, como éramos una sociedad machista (entonces no lo sabíamos, pero hoy ya sí) meaban de otra manera. Para empezar se escondían, y eso siempre se asocia con que vas a hacer algo malo; y encima se agachaban: símbolo claro de humillación ante la prepotencia patriarcal. Nada que ver con que si meaban de pie se llenaran las piernas de pis. Pero en mi amada Asturias natal, aprendíamos a combinar ambas “capacidades” cuando llegaba la primavera e íbamos a los “praos” a cazar grillos.
No era fácil cazar grillos. Inicialmente, una vez descubierta la cueva, se hurgaba en ella con una paja larga para intentar que saliera el grillo. Si no se conseguía, se optaba por un método más expeditivo que conllevaba inundar la cueva. Como no se había inventado aún la botella pequeña de plástico, y no ibas a ir con un botijo o con una botella de La Casera al “prao”, la solución de fortuna era mear en la cueva del grillo. La trayectoria parabólica masculina era mucho menos precisa que el casi tiro tenso femenino, por lo que en aras del éxito instábamos a las niñas a que, sentadas sobre la diminuta cueva, la inundaran. A partir de ahí, confieso que lo de menos era que el grillo saliera o no. El cura párroco, nos recriminaba en alguna ocasión estas prácticas, y aunque yo había tenido siempre mis dudas, hoy ya sé que no era porque fuese defensor de la naturaleza y no quisiera que cazásemos grillos, sino porque era claramente antisituacionista.
Las prácticas miccionatorias evolucionan, como es sabido, con el paso del tiempo y con la acumulación de años. Así, los varones, hay un momento en el que ya no estamos preocupados por sobrepasar ninguna línea, si no de no mojarnos la puntera de los zapatos; y las mujeres de poder ponerse en pie después de orinar. Eso hace que en el ambiente rural, siempre proclive a desproveerse de todo aquello que no sea realmente práctico, las mujeres mayores meen de pie. Recuerdo la impresión que produjo en mi estereotipada comprensión machista, ver a una anciana en el pueblo mear de pie. Se detenía la buena mujer y espernancándose daba comienzo a una suerte de Situacionismo rural, regando generosamente el polvo del camino.
Son también situacionistas los que durante los botellones se alejan y entre dos coches o aprovechando una esquina, recuperan su capacidad para continuar con la ingesta de cerveza. Igual que los tiernos infantes a los que uno de sus progenitores pone a mear en pleno paseo marítimo, porque ya no le quedan pañales limpios o “es que está aprendiendo a pedir pis”.
En fin querido lector: Cosas verdes.