¡Qué dura es la vida!

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A mí me da un poco de pena, la verdad. Porque, mire usted, toda esa gente, es gente lista: preparada; con estudios que se decía antes. Si no, ¿de qué iban a estar ahí? Y eso de tener que decir constantemente «digo, donde dije Diego», como si fueran medio bobos y no se enteraran de las cosas, pues no es plato de gusto. Que a veces salen en la tele con una carita…, sobre todo cuando les hacen eso que llaman, si mujer… «la hemeroteca», que se nota que los periodistas solo van a hacer daño. Porque hay que tener mala leche para sacar las cosas, así, a la brava, delante de todo el país, sin tener en cuenta que esa gente también tiene familia, amigos, vecinos; que tienen que llevar los niños al colegio, coger taxis…

Y es que hay momentos muy duros. Me contaba uno el otro día que, este año, en la cena de Nochebuena, su cuñada le preguntó: ¿quieres vino, o prefieres cava?, porque a ti, antes, no te gustaba el cava, pero a lo mejor has cambiado de opinión.

Yo me los imagino cuando llegan a casa por la noche y su pareja (ya saben que ahora no se puede decir marido, o mujer, porque si no están casados, a lo peor te acusan de delito de odio), les dice: ¡Pero cariño, que le he dejado un momento la nena a la mujer del portero, mientras iba al spa, y cuando pasé a recogerla me ha dicho que habéis vuelto a cambiar la Ley de Amnistía! ¿No me habías dicho que ya la teníais terminada? Y a él (o a ella) se le humedecen los ojos, se le hace un nudo en la garganta, y se mete en el baño sin contestar. Luego, al poco rato lo oyes sollozar, aunque tire de la cisterna para disimular. Y cuando, por fin, sale te dice que no quiere cenar, se toma un yogur y se mete en la cama.

Si es que la vida es muy dura…, mucho.

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