En un bar de las afueras

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Mención Especial en el III Concurso de Relato Breve El Calvache «Raíces»

No encontró aparcamiento y tuvo que caminar un trecho hasta llegar al bar. Después, pensó que también podía haber dejado el coche en la zona de carga y descarga. Cuando entró en el local se le empañaron las gafas, pero reconoció la figura de Ángel al fondo, junto a la mesa de billar. Fuera estaba lloviendo y María tenía el pelo mojado. Dejó el bolso en uno de los taburetes de madera que había frente a la barra y colgó la gabardina en el perchero que estaba detrás de la puerta. Luego, cogió una servilleta de papel, limpió las gafas y se enjugó el rostro. El camarero, con un marcado acento argentino, le preguntó qué quería tomar y María le pidió un café con leche.

Ángel sujetaba el taco con una mano y en la otra tenía un botellín de cerveza. Dejó el botellín en el borde de la mesa, puso tiza en el taco y se inclinó sobre el tapete. Al golpear, el taco se le fue y la bola blanca recorrió la mesa rebotando inútilmente en las bandas, sin rozar siquiera una de las otras dos. Levantó la cabeza y miró a María al tiempo que soltaba un juramento. Su contrincante le dio una palmadita en el hombro esbozando una sonrisa.

María contempló su imagen en el espejo que estaba detrás de la barra: un moratón recorría su ojo izquierdo y bajaba hasta el pómulo. Un hombre mayor que leía el periódico, se quedó mirándola pero, al final, apartó la vista y se enfrascó de nuevo en el diario. El camarero le trajo el café y le preguntó cómo quería la leche. Ella le pidió que se la calentara un poco y que hiciera el favor de cambiarle el azúcar por sacarina.  Cuando le trajo el café, cogió una servilleta de papel y la colocó entre la taza y el platillo, para absorber el líquido que había derramado el camarero al servirlo. Preguntó por el baño y el camarero, con un gestó, le señaló un biombo de metal que había en una esquina. Recogió el bolso y cruzó entre las mesas. En la única que había ocupada, dos chicas jóvenes, con pinta de haberse fumando las clases, reían mientras se hacían un selfi.

La puerta del baño no cerraba bien. María colgó el bolso en un gancho de metal y luego forró la tapa de la taza del váter con papel higiénico. Se sentó, pero no fue capaz de orinar. Mientras se subía la ropa empezó a notar como se le agitaba la respiración y le sobrevino un ataque de ansiedad. Rompió a llorar. Finalmente se calmó, se enjuagó la cara, se secó y regresó a la barra.

María puso la píldora de sacarina y comenzó a revolver el café con la cucharilla. El camarero se acercó de nuevo y le preguntó si quería tomar alguna cosa más, pero ella no respondió. Sacó del bolso un pequeño monedero de piel y puso una moneda de dos euros junto a la taza de café. Luego, miró hacia la mesa de billar para cerciorarse de que Ángel seguía allí. Se colgó el bolso en el hombro derecho, metió la mano en su interior y caminó despacio. Se detuvo a unos dos metros de distancia. Cuando sacó la mano del bolso, sujetaba un revolver corto del 38. Le disparó dos veces; la primera bala le dio en el pecho y la segunda en el brazo izquierdo. Ángel se desplomó sobre la mesa de billar, derribando el botellín que había colocado en el borde, y su sangre comenzó a extenderse sobre el tapete verde. María estuvo todavía unos segundos con el brazo levantado, apuntando. Las chicas se tiraron al suelo, debajo de la mesa, y el hombre del periódico se metió en la pequeña cocina que había al final de la barra, donde se había refugiado también el camarero. El compañero de partida de Ángel, incapaz de moverse, notaba como un líquido caliente le recorría la pierna y una mancha de humedad le aparecía en el pantalón. Solo se oía el ruido estridente de la válvula de vapor de la cafetera que se había quedado abierta.

María dejó el revolver encima de la mesa de billar. Caminó hasta la puerta, recogió la gabardina del perchero y salió del bar. Había dejado de llover.

Fin

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