PALABRAS PARA UN FIN DEL MUNDO

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Ayer, La 2 emitió en su programa Documaster, el reportaje Palabras para un fin del mundo, que repasa la vida de Unamuno prácticamente entre la proclamación de la I República y su muerte el 31 de diciembre de 1936.

Yo había leído ya el libro La doble muerte de Unamuno de Luis Garcia Jambrina y Manuel Menchón (Capitán Swing) que son, asimismo, los autores del reportaje.

Son sobradamente conocidas, y están suficientemente documentadas, las diferentes actitudes que Unamuno adoptó respecto a la República y el Levantamiento militar, en función de los comportamientos de los hunos y los hotros, como él los denominaba. Ambos bandos trataron de rentabilizar tanto sus manifestaciones como sus silencios. Y lo ensalzaron o denigraron según su conveniencia. Su pensamiento ecléctico y el inevitable escepticismo que acompaña a la edad, lo condujeron a un descontento que evidencian sus últimos escritos.

Dos hechos constituyen el eje sobre el que pivota, pretendiendo arrojar luz, tanto la narrativa como el documental: el conocido discurso del 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca, y las circunstancias de su muerte en la casa familiar.

Respecto al primero, los autores incorporan un valioso documento – desconocido hasta ahora -, en el que el profesor de la Universidad de Salamanca Ignacio Serrano, tomó notas sobre los diferentes discursos que se pronunciaron ese día en el paraninfo. Este hallazgo es fundamental para poner en clave histórica lo sucedido, ya que, hasta hoy, todos los relatos se basaban en los recuerdos de alguna de las personas que asistieron al acto. Sin embargo, sigue sin aclararse uno de los momentos fundamentales y que, aunque está documentado gráficamente, se presta a confusión: la fotografía final en la que Unamuno y Millán Astray ¿se dan la mano? Los autores no se mojan, y apuntan a la posibilidad de que la mano tendida del rector, vaya hacia el obispo, y no al general. Es posible, pero hay un detalle que no me cuadra: que siendo Unamuno creyente y practicante estrechase la mano del prelado, ya que la rigidez del protocolo prescribía un ósculo sobre el anillo del mitrado y no un apretón de manos.

Es innegable, después de la incorporación del documento del profesor Serrano, que la tensión durante el acto tuvo que ser tremenda: palabras gruesas y opiniones enfrentadas; soflamas y vivas que debieron caldear hasta las frías piedras del vetusto edificio. Pero… ¿acaso no estamos acostumbrados a este tipo de enfrentamiento dialéctico entre los políticos de distinto signo, que se evaporan tan rápido como se crean? Sí, tal y como se apunta en el reportaje, las palabras de Unamuno pudieron ser el preludio de su “condena a muerte” falta solidez en relato.

El segundo asunto es, si cabe, aún más polémico; pues nada hay, salvo la sospecha que avale la posibilidad de que Unamuno fuera asesinado por Bartolomé Aragón.

Queda patente, por las aportaciones documentales, que no había relación entre ambos: ni Aragón había sido alumno suyo, ni tenían grado de amistad que justificara la visita a su casa una fecha tan señalada como el último día del año.

Aragón era falangista y había bebido directamente del nacionalsocialismo en la Italia de Mussolini. Pero el reportaje apunta hacia un extremismo que justifica por su encuadramiento en una de las columnas del ejército franquista y su labor como director del periódico Las Provincias FE, en Huelva: insuficiente a mí entender para acusarlo de asesinar a Unamuno.

Es, sin embargo, muy extraño su comportamiento, tanto en el momento en el que la criada de la casa acude en auxilio de Unamuno, en el que trata por todos los medios de no ser relacionado con su muerte (excusatio non petita…) como en las horas posteriores al fallecimiento. Su encierro en la habitación del hotel, su ausencia en los diferentes actos fúnebres, no terminan de encajar con quien ha sido testigo involuntario de un fallecimiento natural.

Tampoco cuadran las prisas de jueces y curas en echar al hoyo al insigne rector. No había nada que impidiera (aparentemente) respetar los plazos de las leyes humanas y divinas para celebrar las exequias.

Seguiremos pues con la duda. ¡Que se le va a hacer! Pero quizá algún día, otros investigadores, tan tenaces como los autores de libro y reportaje, den con nuevas claves de este asunto que permitan arrojar más luz sobre el mismo.

 

 

 

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