Lo sé: está usted confuso. Es normal, no se inquiete. ¿Cómo? No, no soy el médico. ¿No sabe usted que en España no hay médicos? Se van al extranjero cuando acaban la carrera. ¡Normal!, para que te hagan ver cien pacientes por jornada y encima alguno te pegue una paliza porque no le quieres recetar lo que él sabe que le va bien, y no tú, que con esa pinta no sabe ni cómo puedes ser médico.
Pero, como le digo, no quería hablar hmoy de eso. Ni de la huelga de los transportistas, ni de la Valla…; no. Hoy vamos hablar de la reforma del Código Penal. Más concretamente de la Malversación de Fondos Públicos. Usted y yo, como la mayoría de los españoles, sabemos de leyes lo justo para ir tirando. Así que, en un tema como éste tenemos que fiarnos de «los que saben». Porque, reconozcámoslo, nosotros hemos aprendido con las series de abogados de la tele y cuando vamos a un juicio y Su Señoría nos pregunta algo nos entran ganas de acogernos a la «Quinta Enmienda».
Nos explican —los que saben— que no es lo mismo «trincar» que «dejar trincar». Que lo primero es mucho más grave. Pero que si uno mira hacia otro lado, a pesar de tener conocimiento de que alguien se está llevando, o pretende llevarse, lo que no es suyo, y, sobre todo, ¡pudiendo evitar que se lo lleve!, eso es mucho menos grave: casi leve. De resultas de lo cual, un policía que supiera que van a robar un banco, pero esa tarde tuviera —es un poner— que llevar al nene al dentista, o reunión con la tutora del cole (por darle un enfoque más parental), y le viniera mal pasarse…
En fin. No quiero terminar estas líneas en tono irónico. Porque pienso que plantear este asunto en los términos en los que se está haciendo es vergonzoso. Un funcionario puede malversar dinero público, y debe responder ante la Ley por ello. Pero el funcionario que delinque, accede a la posibilidad de malversar a través de un puesto que logra mediante el Sistema. En cambio, el responsable político que practica ¡o permite! la malversación es alguien al que el voto ciudadano ha colocado en un puesto de Poder, otorgándole una confianza que él defrauda. ¿Qué tendrá que ver que no se haya enriquecido personalmente? Si me apura usted, le diría que es incluso un ejercicio de hipocresía en grado sumo: «Sí, dejo que otros roben. Pero, ¡oiga!, yo, ni un duro me he llevado, ni un duro».
Un comentario
Así es. Y es falso que no se hayan lucrado, pues han conservado jugosos sueldos y disfrutado privilegios durante muchísimos años. Ellos, sus familias y sus compinches.