Hace demasiado calor. No es bueno decidir cosas cuando hace calor.
La clase política española de un tiempo no demasiado lejano, sabía que cuando llegaba la canícula, era preciso irse al Norte para poder pensar. Ahí está el Pacto de San Sebastián, que nos encaminó hacia la segunda República y que en un Madrid de diecisiete de agosto hubiera sido imposible. Después la cosa salió como salió, pero esa es otra historia.
Cuando llegó el aire acondicionado, la cosa cambió y los gobiernos comenzaron a tomar decisiones en verano, aprovechando que la ciudadanía sesteaba, aletargada por la calor. Y cuando la gente regresaba del pueblo, y unos pocos privilegiados del apartamento en Torrevieja, se encontraba con que le habían cambiado el convenio colectivo, o le habían congelado la pensión. Ahora eso ya no pasa; ahora cuando regresas de las vacaciones te encuentras a unas personas en tu casa, a las que no conoces de nada pero que te pasan por debajo de la puerta un ejemplar de la Constitución con el Artículo 47 subrayado en rojo.
Este año, segundo de pandemia, que tal parece que la cosa no vaya a terminarse nunca, el presidente del Gobierno antes de irse de vacaciones, ha tomado varias decisiones. Bueno, para eso le pagamos ¿no? otra cosa es que nos guste lo que decida. Como dice Sabina: “Habrá unos que sí, habrá otros que no.” Y aprovechando que aunque tengamos acondicionado no podemos encenderlo, ha decidido, por ejemplo, que la regla de tres ya no es importante. Me refiero a la regla de tres simple, la de toda la vida. La regla de tres era la puerta de entrada a un grado superior de conocimiento matemático. Su dominio otorgaba un nivel que superaba al básico, constituido por las Cuatro Reglas (suma, resta, multiplicación y división), e introducía al alumno en el cálculo proporcional, directo o inverso. Vamos, lo que hoy sería un doctorado, para entendernos. Y es que las matemáticas han cambiado mucho. Baste un ejemplo: mientras que dos más dos siguen siendo cuatro (de momento), uno más una, visto con perspectiva de género, no tiene por qué ser, necesariamente, igual a dos.
Y la ONU diciendo que como no espabilemos, en Madrid, finalmente, se cumplirá esa vieja aspiración del centralismo y habrá playa. De hecho, me consta que Ayuso está estudiando una readaptación del proyecto Madrid Nuevo Norte, dándole un enfoque más Marina d’Or.
Aunque, si ustedes reflexionan un momento, no todo sería malo. Una subida del nivel del mar en la Península, nos empujaría a todos a la mesetaria Castilla. Llenaríamos de nuevo la España Vacía y se acabarían los problemillas “periféricos”. Viviríamos un poco más apretados, eso sí. Pero Soria y Teruel ocuparían de nuevo en la Historia el lugar que les corresponde.
¿He dicho Historia? Quise decir Historia Democrática, claro. Fíjense ustedes el papelón que nos ha tocado a los hombresmujeresgaislesbianastransnobinariosintersexualesqueer del Siglo XXI. Nada menos que redefinir la Historia sobre la base de que, si nosotros hubiéramos estado allí, Caín no habría matado a Abel. Por cierto, asesinato que fue sin duda homófobo, porque Abel yo creo que estaba todavía en su etapa Queer. O sea, como si no tuviésemos ya bastante con tener que asumir que, nos guste o no, somos el resultado de culturas en las que ha habido de todo desde que el primer australopitecino (uno que se parecía al australopitecos) se puso de pie, ahora van unos cuantos iluminati y nos quieren convencer de que lo del Arca estuvo mal porque Noé taló la madera de bosques no sostenibles. ¡Por favor!
Decididamente, hace mucho calor.