Proponer o no proponer…

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Andan —es una forma de hablar, porque van siempre en coche— nuestros líderes a la gresca acusándose de propuestas y contrapropuestas que no encuentran respuesta. Lo de las propuestas en política tiene su miga según se mire. Es decir: proponer es fácil si sale gratis, si no tiene consecuencias, vamos.

En ese sentido me viene a la memoria una historia que Mogens H. Hansen pone en boca del filósofo griego Demóstenes, en su obra La Democracia Ateniense en la época de Demóstenes (Capitán Swing, 2022).

En su discurso contra Timócrates, habla el tartamudo (creo que hoy ya no se puede decir tartamudo, pero es que yo tengo grandes amigos tartamudos), de un antiguo pueblo heleno, los locrianos, que tenía la singular costumbre de que aquellos ciudadanos que en pública asamblea querían proponer una nueva ley, o la modificación de alguna vigente, lo hacían con una soga al cuello, de tal forma que si su propuesta era aprobada por la mayoría de la asamblea, pues todos tan contentos; en cambio, si era rechazada…allí terminaba la carrera política del proponedor.

Eran otros tiempos, sin duda. Tiempos de Democracia Directa, donde la participación del ciudadano (y ya sabemos todos que los ciudadanos no eran tantos), se pasaban el día alimentando un complejo pero eficacísimo sistema político. La verdad es que, casi diariamente, se sorteaban los puestos que debían ocuparse del gobierno de los distintos asuntos de la Polis entre los varones que reunían las condiciones para ello. Curiosamente había unos puestos que no estaban sometidos al designio de la diosa Tiqué. ¿Imaginan cuáles? Efectivamente: los jefes del Ejército; y es que nadie quería jugarse el bigote (ahora que lo pienso, creo que los griegos no llevaban bigote), poniendo al frente de las falanges al mindundi que le hubiera tocado en suerte. Como contrapartida, hay que subrayar que eran pocos los estrategos que sobrevivían a una derrota en el campo de batalla. Normalmente eran juzgados y condenados, sin demasiadas contemplaciones.

¡Qué cosas pasaban!, ¿verdad?

Un comentario

  1. Je, je, la costumbre de los locrianos igual era un poco drástica…Pero la prefiero a la impunidad de los representantes públicos ineficaces e indignos. Espero ser uno de tus amigos tartamudos. Por lo de amigo, porque lo de tartamudo lo tengo claro.

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