Pues sí, que quiere que le diga, tiene usted razón: ¡Vaya racha que llevamos! Evito mencionar la cadena de calamidades que parecen haberse cebado con nuestro Mundo para no desanimarle. Pero, oiga, algunas de esas calamidades siempre han estado ahí. Mejor dicho: allí, al otro lado de la verja. Pero, claro, no se veían; o sí, pero no tan cerca.
Lo tenemos todo demasiado cogido con pinzas. Es como ese juego en el que hay un montón de piezas de madera que forman una torre —aparentemente sólida— y hay que ir quitándolas una a una, evitando que la torre se caiga. Llega un momento en el que al quitar una pieza ¡zas! se va todo al carajo.
La explicación de todas esas calamidades —siempre hay una explicación— incluye conceptos como globalización, deslocalización, desequilibrio de los mercados, desestabilización de la moneda…Pero la realidad es que la fragilidad del mundo Occidental es muy alta.
Un déspota decide hacer la guerra por su cuenta, invadiendo a otro país y nos pone contra las cuerdas. No sólo porque se esté cargando a la población de ese país, que por cierto está dando todo un ejemplo de valor, si no porque agita los peores fantasmas de un pasado no demasiado lejano. Los camioneros se ponen en huelga una semana y descubrimos ¡oh!, que nada funciona si esos tíos (y tías) no se ponen al volante. Los pescadores dejan de salir a la mar y los únicos que se alegran son los peces. Los labradores y ganaderos, la gente del campo, se mosquea porque ¡ya está bien! y nos quedamos sin huevos en las estanterías de Mercadona (¿Pero esto lo siguen haciendo con gallinas?, yo pensaba que…).
Y la gente, la buena gente, la gente dócil que paga sus impuestos, que se quita y se pone la mascarilla cuando se lo dicen, que se mete en la cama a las doce después de ver un programa en la tele que le recuerda que aunque tengas un doctorado, si no sabes cocinar, coser, cantar es bastante difícil que llegues a ser feliz. Se pregunta: ¿pero esto no se podía prever? ¿¡Prever!? Como se nota que es usted una persona sencilla, que no tiene la grave responsabilidad de dirigir un país, ¡una nación!, ¡un colectivo!; que no se enfrenta cada mañana la maledicente Oposición que no colabora porque no tiene sentido de estado. ¡Prever, dice! ¿Usted sabe lo que cuesta dirigir todo esto? Y dirigirlo bien, de forma que lo vuelvan a votar porque si no… —Esto quítalo, Paco, que no queda muy bien— Y encima ése, que le escribes en plan colega, apoyándolo, y va y publica la carta; y claro los otros se mosquean y dicen “vete sacando la manta zamorana y el trébede y comprando leña, porque como cerraste las minas de carbón y las nucleares…ahora vas a cocinar y a calentarte con lo que yo me sé.
Por suerte, yo tengo las dos cosas: manta zamorana y trébede; porque mi abuela paterna, que era de Sayago (una tierra un pelín más fría que Siberia), nos regalaba a todos los nietos cuando nos casábamos, una manta. Y el trébede me lo compré hace años en un mercadillo… ¡previendo!
Un comentario
Hay que ver Luis lo que aprendo contigo…
Tenía manta pero no trébede porque no sabía lo que era.
Ya me he hecho con uno.