Dice mi amigo Fernando – que entiende de fútbol –, que estaba todo amañado. Yo, la verdad, no le contradije, porque pertenezco a esa minoría de varones (con perdón) españoles, que siente una limitada pasión por el balompié, aunque reconozco que los colores patrios me estimulan lo suficiente como para ver el partido de cabo a penaltis.
Siempre he sospechado que mi escasa afición proviene del colegio: solo jugaba cuando faltaba alguno y, como mucho, de portero. Más de una vez he pensado en denunciarlo, ya que alguna responsabilidad tendrán aquellos que permitieron la discriminación sobre la base de mi ineptitud y no supieron ver que yo era, simplemente, un niño con “capacidades especiales”. Así que no me quedaba más remedio que pudrirme apoyado en una columna del patio leyendo a Enid Blyton.
Pero vayamos a lo nuestro. Según la teoría de Fernando, la derrota de la Selección es un paso más en la estrategia ivanredondiana para contentar a indepes, lleven boina o barretina. Ya lo dijo Miguél Bosé y lo amachambró Victoria Abril: algo nos inoculan con esas vacunas, que no se sabe muy bien que es. ¿Por qué si no, fue el Ejército el responsable de vacunar a la Selección? Aquí hay busilis, que decía Bécquer en Maese Pérez el organista.
Después de los indultos y de la creación de un fondo para pagar las multas, los nacionalistas catalanes necesitaban una clara derrota del Estado, frente a Europa, y que mejor escenario que la Eurocopa.
Ahora viene un momento difícil para Moncloa, ya que en el duelo Inglaterra versus Dinamarca, las sensibilidades de los que siempre quieren dejar España pero nunca se van (no son gilipollas), los hunos apoyan a la pérfida Albión y los hotros, ya se sabe, son la Dinamarca del Sur. Así que los Pedros han hablado y huno le ha dicho al hotro que ahora la cosa… está en manos de Dios.