Sin duda alguna, Putin hubiera preferido sentar a la mesa a Emmanuelle y no a Emmanuel. Es lo que tiene el francés, que —como decía Gila— la e final no se pronuncia y te lías. Y, sin duda también, a Sylvia Kristel, Putin no le hubiera puesto una mesa tan larga.
Para los que soltábamos testosterona a raudales en los 70, Emmanuelle fue la película erótica más importante de nuestra vida, y el poster de la Kristel presidió la pared de muchas habitaciones de adolescente. ¡Y que les voy a contar a ustedes del temazo musical!: todavía se me pone la carne de gallina.
Pero Putin se tuvo que conformar con Macron; y como venganza lo sentó en la otra punta de la mesa. Ahora, dicen que si era para no pillar el “bicho” y que el Macron no quiso hacerse la PCR para que no le clonaran el ADN. Bueno, alguna cosa tenían que decir, pero la realidad es que fue una simple demostración de opulencia.
Las mesas largas se inventaron para evidenciar que había suficiente comida en la casa para que nadie tuviera que “asaltar” el plato del otro. En las mesas pequeñas (pobres), imperaba más lo de “cucharada y paso atrás”; eso en el mejor de los casos, porque los había que de paso atrás, nada. La sutileza de la metáfora del ex jefe de la KGB no debe, pues, pasar desapercibida: “¡Tengo de to!”, le dice el líder ruso al gabacho. Así que, poca broma.
Para humillarlo, ainda mais, al día siguiente declara urbi et orbi que no lo considera un interlocutor de peso: que es un mindundi, vamos. Y que él, o trata con los yankees, o nada
Macron, claro, calla. Es lo que tienen los franceses, cuando los dejan en ridículo estiran mucho el cuello y salen muy dignos de la sala. Les falta campechanía. Nuestro Emérito, por ejemplo, le hubiera dicho: “Pero tío, que no se te escucha; ponte más p’aca”.
2 respuestas
Un comentario anecdótico relacionado con el artículo: la ya famosa mesa de Putin fue fabricada en España, concretamente en Alcácer.
Magnífico pueblo.