La V invasión vikinga

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Aunque las fuentes difieren, los diferentes autores que han estudiado el asunto, afirman que entre  el año 793 y el 1066, fueron cuatro​ las oleadas de ataques vikingos a la Península Ibérica. Los vikingos eran marineros competentes, y a bordo de sus drakar eran capaces de viajar largas distancias y mantener su capacidad de combate, atacando, generalmente, objetivos pobremente defendidos. Se dice que eran bastante limpios —para la época—, y que les gustaba bañarse con frecuencia. De la costa cantábrica solo les interesó el Farum Brigantium, en La Coruña, y lugares como Lugo, Oviedo y Gijón, que entonces apenas podían recibir el calificativo de ciudad, fueron sitios de aguada y poco más, de los que partían buscando destinos más apetecibles como Lisboa, Sevilla y en especial Córdoba.

Todo lo que antecede, querido lector, es para prevenirle a usted de que, actualmente, estamos siendo objeto de una nueva invasión vikinga: la Quinta. De nuevo mujeres y hombres rubios, de cara sonrosada y ojos azules han desembarcado en nuestros lares. Aunque en esta ocasión no lo han hecho en naves impulsadas por una vela cuadrada, gritando el nombre de Odín, sino a través la pantalla del televisor.

Sobremesa tras sobremesa de este tórrido verano, el Gobierno —porque esto tiene que ser cosa del Gobierno—, irrumpe de una forma subliminal en el pequeño espacio de tiempo que queda entre el café y el primer ronquido y lanza, de una forma despiadada, hasta cruel diría yo, una serie de películas de claro corte subversivo. El único mérito de los bodrios que «proyectan» es el de haber sido rodadas en un tiempo record: la única semana del año en la que luce el sol en esas tierras. Tienen otra ventaja: solo necesitará usted ver el primer minuto de la película para deducir el guion completo sin equivocarse en lo más mínimo. Son simples hasta la exasperación. Aburridas como la lidia de un toro manso. Rezuman tanto almíbar que hay que ir a limpiarse los morros cada dos por tres. Los protagonistas, todos guapísimos, estilizadísimos, generalmente riquísimos o bien situados en la vida. Tienen casas estupendas, montan a caballo y conducen, prudentemente, coches deportivos. Son gentes muy educadas; habitantes de una sociedad que busca por encima de todo el consenso. El conflicto —cuando se plantea— se resuelve siempre mediante el diálogo. Unos y otras, aceptan siempre los cuernos con deportividad, casi con alegría podría decirse. Nada de malos rollos con palabras gruesas, peleas y malos modos. Eso es cosa de los incivilizados habitantes del Sur, a los que ellos siguen viendo como en Carmen, siempre con una navaja escondida en la liga. Menos mal que siempre nos quedarán los documentales de La 2.

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