Hoy es el Día de la Marmota. La película Atrapado en el tiempo, protagonizada por Bill Murray, puso en el mapa la localidad de Punxstawnwey y la fiesta en la que un grupo de paletos de Pensilvania se reúne para beber licor de maíz mientras espera a qué el bicho salga de su madriguera y si ve, o no, su sombra. Luego, en función de lo que dictaminen unos augures con chistera, determina cuando se acabará el invierno. El método, científico, lo que se dice científico no es, pero vete tú a saber.
Lo curioso del caso es que si usted le pregunta hoy a una «persona humana» española, por el Día de la Marmota, con toda seguridad sabrá explicarle, de una forma pormenorizada, de qué va el asunto; dándole incluso detalles del particular método de predicción. Ahora bien, si usted pregunta por uno más nuestro, más de aquí, como son las «Cabañuelas de Agosto», el grupo de personas gestantes, y/o, personas con pene (me estoy incorporando a la terminología Queer) españolas, se reducirá sensiblemente. Vaya por delante que lo de las cabañuelas es un pelín más complicado de interpretar. Y ya, si de una forma contumaz, incluso ofensiva, persiste usted y pregunta por la novela de Antonio Burgos que lleva ese mismo título, casi estaremos hablando de un conjunto vacío.
La novela en cuestión fue premio Ateneo de Sevilla en 1982 y nos sirve de excusa hoy para establecer, de una forma quizá algo atrevida, una cierta analogía entre las historias alrededor de las cuales se desarrollan ambos métodos de predicción.
El personaje que interpreta Bill Murray es un periodista, chulo y borde, al que envían a cubrir una noticia de tercera, pero que aprovecha un déjà vu que no parece tener fin, para convertirse, interesadamente, en una persona imprescindible y amada por toda la comunidad de Punxstawnwey y, especialmente, por Andie Macdowell, su partenaire en la peli.
Don Guido, el «prota» del libro de Burgos, es un señorito andaluz, sin oficio ni beneficio, que vive tan solo pensando en disfrutar de la vida: «Un maestro en manejar el caballo y muy diestro en refrescar manzanilla», rezan los versos del poema de Antonio Machado que prologan a la novela. Pero al igual que Murray, termina por reinventarse y se convierte, sino en una persona trabajadora, cosa harto difícil en España si eres hidalgo, si en una persona respetable.
El final no es el mismo. No puede serlo. Hollywood se pensó para finales felices, en los que los enamorados «comen perdices». (Por cierto que habrá que ir pensando en cambiar el aforismo. Yo sugiero: «liberan perdices»), y la novela termina cuando la diña el «Caballero Andaluz» y con él se va un mundo que se acaba.