Habitación “suite”

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¿Su casa está construida con “perspectiva de género”? ¿No? Pues tiene usted un problema. ¿Tiene usted una habitación “suite” con baño incluido? Pues ya no tiene un problema: ¡tiene un problemón!, porque sepa que está utilizando usted, en beneficio propio, un espacio que pertenece a todo el “grupo de convivencia”. ¿¡Ah!, que tampoco tiene un “espacio diferenciado” para ejecutar el “ciclo  de lavado de ropa”? Oiga, vamos de mal en peor. Sí ya me dice usted que la cocina  no está unida al comedor, de forma que se visibilice claramente quién realiza las “tareas de cocinado de los alimentos”, mire, lo mejor es que vaya pensando en mudarse.

No se ría, no. Le hablo a usted muy en serio. O su casa cumple con todas las condiciones que le he mencionado —y alguna más—, o es posible que en el futuro tenga que pagar algún impuesto especial por vivir en una vivienda diseñada según el rancio esquema del heteropatriarcado: es lo que hay.

Si es que hemos ido claramente a peor; sin ir más lejos, la casa de mis abuelos paternos ya estaba diseñada con “perspectiva de género” —aunque entonces nadie lo sabía—. No había ninguna habitación que jerarquizara el espacio incluyendo un baño, porque no había baño —ni en las habitaciones, ni en ningún sitio—, y todo el “grupo de convivencia” cagaba en el pajar, bajo la bóvida mirada de las vacas, en un espacio “no binario” y completamente desjerarquizado. La cocina y el comedor estaban integrados en un único espacio, entre otras cosas porque comíamos en la cocina; en el resto de la casa no había lumbre y hacía demasiado frío. Y el espacio para ejecutar “el ciclo de lavado de ropa” estaba perfectamente diferenciado: era la ribera, donde, en un agua helada, mi abuela y mi tía lavaban la ropa. Sí: mi abuela y mi tía, porque mi abuelo y mi tío llevaban desde el amanecer arando detrás de una yunta de bueyes.

Cuando yo nací mis padres vivían en una casa con derecho a cocina. A los cinco años nos mudamos a una de las viviendas sociales que la empresa, en la que trabajaba mi padre, construyó para sus trabajadores: poco más de sesenta metros cuadrados, donde el mayor lujo era un cuarto de baño con media bañera, y la primera habitación en la que dormí solo fue en la de un hotel.

Hoy, después de cuarenta y dos años de matrimonio y otros tantos de  curro, mi mujer y yo vivimos en un chalet pareado, con cuatro habitaciones, dos cuartos de baño y un aseo. En el jardín tenemos una barbacoa y, sí: lo reconozco, la “urba” tiene piscina. En el garaje hay dos coches y una moto, y los viernes salimos a cenar con los amigos: ¡Un escándalo!

Lo paradójico es que alguno de los que ha escrito esa serie de imbecilidades que acabo de relatarles, se habrá criado en una casa donde a la “filipina” de turno la hacían entrar por la puerta de servicio. ¡Hay que joderse!, y perdonen ustedes, pero hay veces que sólo el lenguaje soez es capaz de reflejar lo que uno siente ante tanta estupidez.

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