Primero salió la ministra Portavoz; Y dijo:…bueno, decir, no dijo nada. Es un fraccionamiento de la noticia que sirve para que te pongas en lo peor. Como cuando vas a recoger los resultados de una prueba y le preguntas a la enfermera, y ella va y te dice aquello de: “Ahora sale el médico y le informa”. Y, claro, tú te acojonas.
Luego el ministro Bolaños, con un tono trágico —que a mí me recordaba a Arias Navarro, cuando dijo aquello de: “Españoles, Franco ha muerto”— proclamó a los cuatro vientos (que es como el urbi et orbi pero más castizo) que nos habían espiado. No a nosotros; a usted o a mí. No. ¡Al presidente del Gobierno y a la ministra de Defensa!, nada menos. Es cierto que le faltó la emoción que hubiera aportado un quebramiento de la voz que lo acercase un poco a la rapsodia, pero no estuvo mal del todo.
A partir de ahí todo fueron largas cambiadas, que ya se sabe que, aunque los políticos de hoy ya no son nada taurinos por lo del animalismo y tal, los lances se le dan de miedo. Y aquí estamos, sin saber ni cómo ni cuándo, ni dónde ni porqué. Solo sabemos que nos han espiado. Pero, tranquilos, que todo está ya en manos del juez.
¡Hombre!, reconocerás que un poco de casualidad sí que es, ministro. Que cuando el Gobierno está contra las cuerdas, porque lo acusan de espiar a los “indepes”, salgas y nos digas, con ese tono victimario, que “a vosotros también”.
En su defensa, para tratar de endulzar el bochorno, la versión oficial arguye que no son los únicos, que a otros líderes europeos también los han espiado, abocándonos de nuevo al refranero con “mal de muchos…”.
Al final la culpa será de Caos, que en la serie Superagente 86, —que solo los preconstitucionales recordarán— encarnaba al mal frente al bien, que era Control y en la que Maxwel Smart (Don Adams) utilizaba ya ¡pásmense ustedes! un zapatófono.
A este paso, acabaremos utilizando para encriptar las comunicaciones, el Silbo gomero. Si no…al tiempo.