Hay que ver las cosas que es capaz de hacer uno cuando se aburre. Ayer estaba en la playa, frente a la que vivo, y mientras paseaba me fijé en la cantidad de personas que estaban hablando o usando el móvil. Así que se despertó mi vena sociológica y me aventuré por la siempre falaz senda de la estadística.
¿De qué tanto por ciento de personas estaríamos hablando?
Lo primero era marcar una distancia acotando un trozo de playa paralelo a la costa; inicialmente pensé en hacerlo entre silla y silla de socorrista. No salió bien: demasiada distancia; demasiada gente; gente; demasiados móviles.
Me decidí entonces por talonar cien metros sobre la arena, lo cual no estuvo exento de dificultad, ya que, si bien conozco que cien metros son unos ciento veinte pasos de mi zancada, encontrar cien metros libres de topless para no distraerme no fue fácil; y como los cálculos eran mentales y uno ya tiene sus años, acababa liándome con los pasos, las personas y los móviles. Por fin encontré un hectómetro adecuado (algún topless había pero de los que no son peligrosos en sí y para sí). Lo recorrí cuatro veces, dos en cada sentido y los primeros datos ya fueron reveladores:
Playa del Levante español, once de la mañana del miércoles 23 de agosto de 2017.
Densidad de personas por hectómetro: 68 / 82 / 75 / 72. Media 74,25.
Número de personas utilizando el móvil; 18 / 16 / 14 /18. Media 15,5.
Es decir un 20,87%.
La playa tiene unos 5 kilómetros; así que en total habría unas 3.712 personas y de ellas 775 estarían utilizando el móvil de forma simultánea en ese momento de la mañana.
En la muestra no tuve en cuenta a los menores; me refiero a los menores de verdad, no a esos que llamamos menores porque tienen menos de dieciocho años pero que se te enfrentan y amenazan con pegarte una paliza porque les llamas la atención por estar meando entre dos coches en plena calle.
Ahí estaba yo, pletórico con mis cálculos, cuando de repente, se me vinieron abajo como si de un castillo de naipes se tratara. Y es que, como en tantas otras cosas de la vida, cometí el error de mirar sólo hacia un lado: hacia la arena. Porque cuando miré hacia la mar, vi que, en el colmo de la estulticia, había personas que estaban hablando o utilizando el móvil dentro del agua.