Lun 23 marzo 2020
“DÍA A DÍA”
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Cuando la naturaleza quiso tener un detalle con el ser humano, lo dotó del lenguaje. Porque la verdad es que bien podríamos estar todavía lanzando gritos desde las copas de los árboles, moviendo la cabeza enérgicamente a un lado y al otro mientras saltábamos de rama en rama colgándonos por el rabo. O rascándonos la axila mientras estiramos el belfo y emitimos pequeños gruñidos tratando de que la hembra que tenemos enfrente nos haga algo de caso (Bueno, esto hay todavía alguno que lo hace). Pero no, nos dio la palabra, y con ella la posibilidad de que el otro nos escuche y a veces incluso nos entienda.

La palabra tiene muchos registros. Se puede hablar alto o bajo, con énfasis o con sencillez, con convicción o con inseguridad. Así que cuando hay que enfrentarse a algo de la magnitud de lo que hoy ocupa a la Sociedad entera, se requiere, al igual que antes de las batallas, una arenga que motive al “soldado” que se va a jugar la vida; y de la misma forma que el político profesional abandona la corbata para ir al mitin, y viste una cazadora o un jersey (al hombro y con las mangas anudadas si es de derechas, y ceñido a la cintura si es de izquierdas), nuestros líderes abandonan hoy el lenguaje melifluo y se parecen más a John Rambo cuando vencía a la adversidad de su destino “día a día”.

Ya no hablamos de vecinos o ciudadanos, sino de compatriotas. No intentamos lograr una vacuna, sino “derrotar a la enfermedad”. Hablamos de “dar la batalla”, de “luchar desde la trinchera”. Decimos de los sanitarios que “están en la primera línea de combate”. Claro que el coronavirus nos ha puesto fácil esta escalada bélico-verbal. El virus no tiene rostro, no pertenece a ningún país, no tiene historia más allá de su trágico recorrido a lomos de la Parca. Se le puede odiar abiertamente y nadie nos acusará de racismo o xenofobia.

Como decía el siempre inmenso Gila: “lo bueno que tienen las guerras es que puedes matar y la policía no te dice ni mu”.

 

 

 

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