Pido perdón por el título del artículo, pero he estado buscando alternativas y ninguna me ha convencido demasiado. Pensé en titular: “Amor en la playa” pero me sonaba a fotonovela. Después lo intente con “Veril cero”, demasiado técnico. Incluso barajé “Pasión en el rompiente”, nada.
El caso es que, apurando septiembre, paseábamos mi mujer y yo por el espigón perpendicular a la playa. Serían las ocho y media de la tarde. Cuando de entre los bañistas nocturnos, una pareja situada en el rompiente llamó nuestra atención. Él estaba de espaldas a las olas, echado boca arriba cuan largo era, y ella lo cabalgaba como una nereida que hubiera emergido de la mar. En aras del pudor, la nereida se había dejado un corpiño negro que le cubría parte del torso, y en aras del amor no llevaba nada más.
Una farola del paseo iluminaba la escena para que los que por allí pasábamos y paseábamos, no nos perdiéramos detalle. La gente que estaba sentada en las cafeterías, se había percatado también y algún padre piadoso había cambiado incluso de silla al niño, no sé muy bien para qué, porque el crio no levantaba la cabeza de la maquinita con la que jugaba. Un vejete apoyado sobre la barandilla recordaba tiempos mejores y sonreía cómplice a los que paseábamos. Y dos señoras, ya de edad provecta, que tomaban un helado para combatir “la calor”, se abanicaban con más fuerza a medida que la nereida aumentaba el ritmo de su “galope”. Creo que incluso percibí un: “Señor, señor” que no se si tenía vocación de ser jaculatoria o afán.
Con esa manía que tenemos hoy de filmarlo todo, ya había quien tomaba buena nota gráfica del hecho sin preocuparse demasiado por disimular. Claro que yo creo que una vez metidos en harina, lo que menos le importaba a la pareja era que los inmortalizaran y los colgaran en YouTube, o quizá lo que buscaban era precisamente eso.
No nos quedamos a ver el final. Era previsible. Así que continuamos el paseo y nos alejamos de la escena del “crimen”.