No se habla esta mañana de otra cosa: “La Cifuentes ha caído por fuego amigo.” Pues no, no es fuego amigo; porque el fuego amigo es accidental, un error, una equivocación con consecuencias trágicas para el propio bando. El “fuego” que la ha derribado había recibido perfectamente las coordenadas de tiro y, efectivamente, ha dado en el blanco.
Pero más allá de la traición política que pueda esconder el final de su “reinado”, éste estaba cantado. Su continuidad al frente del gobierno de la Comunidad de Madrid era insostenible después del escándalo del master. El pequeño hurto de los dos botes de crema regeneradora (¡Que ironía!) es el tiro de gracia, pero ya había recibido la descarga mortal.
La mayoría de los que, de alguna manera, triunfan en la vida, entendiendo por triunfo una cierta notoriedad en un ámbito que sea conocido por el público de una forma positiva, tienen en común esa dificultad para regresar al anonimato, de retirarse, vamos. Los políticos no son una excepción, especialmente si han “tocado pelo”, es decir, si han accedido al efímero triunfo de ostentar Poder. Pero en los sistemas democráticos el Poder se otorga por los ciudadanos, y supone un contrato, un compromiso de éstos y aquél al que se le entrega: arrendador y arrendatario. Como en todos los contratos, el incumplimiento de las clausulas lleva aparejada la suspensión del mismo. Cifuentes incumplió el contrato, y se empeñó de una forma contumaz en seguir en la vivienda, pero ya le habían cortado el agua y la luz.