De vez en cuando surgen en los MCS airadas voces sobre nuestros hábitos alimentarios, especialmente en lo que se refiere a los horarios: que si desayunamos poco y mal; que si comemos demasiado tarde y mucho; que si cenamos antes de acostarnos y eso es malísimo…Son personas bienintencionadas que pretenden cambiar nuestras ancestrales costumbres para prolongarnos la vida.
El Gobierno debería tener cuidado con esas opiniones y censurarlas por subversivas. Porque, digo yo: si resulta que España es el segundo país con la población más longeva del planeta después de los hijos del Sol Naciente, y encima queremos mejorar (supuestamente) la salud pública y prolongar con ello la vida de los ciudadanos ¿Qué pasa con las pensiones? ¿Es esa una manera patriótica de cooperar en la solución del problema? Rotundamente no.
Yo tomo un cafelito a las siete de la mañana; después, sobre las nueve y media, me siento, ya de una forma más seria, a almorzar. Como un poco tarde, es cierto, porque mi mujer llega a casa sobre las tres y media, lo cual me obliga a hacer un vermú ligerito sobre las dos o dos y media. A media tarde cae una pieza de fruta y luego, con las noticias de las nueve nos sentamos a cenar. No falta en las comidas principales su vasito de vino, y el café tras la del “mediodía”. El fin de semana altera nuestra rutina nutricional y nos pasamos un poquito: las malas compañías.
Y es que, si tan malos son nuestros hábitos ¿cómo podemos ser subcampeones del mundo en eso de no morirse pronto? Algo no cuadra.