LA BANANA DE MAURICIO

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He buscado en Internet la obra de Maurizio Cattelan y tengo que reconocer que la mayor parte de la misma me gusta. Lo digo en serio. Nunca había oído hablar del artista hasta que su banana pegada a una pared con cinta americana, lo ha elevado a los altares de la Red. Comediante, parece que se llama la “obra”.

Yo la verdad es que ser, soy más de plátanos que de bananas. Pero tampoco les hago ascos. Así que entiendo que otro artista se zampara la obra y adujera en su defensa, su derecho de libertad de performance. Eso sí, yo las bananas las compro en Mercadona algo más baratas.

Pero lo verdaderamente importante, es que la contemplación de la obra de Maurizio me ha decidido a cambiar la anticuada y rancia decoración de mi casa por una serie de obras de vanguardia. En el comedor he quitado un bodegón que presidia la pared y que además era muy violento, con escenas de caza muerta y eso, y en su lugar he puesto varios clavos de unos 5 cinco cm., separados entre sí, sobre los que he espetado unas naranjas (una en cada clavo). Al insertar cada naranja en el clavo salía un chorrete que se deslizaba por la pared. Al conjunto lo he denominado: “Llorando por Valencia: reivindicando la Deuda Histórica”.

En la habitación de matrimonio (los progres pueden sustituirlo por pareja) he puesto, en el lugar de la lámpara de lágrimas de cristal que colgaba de techo, un manojo de nabos. Es verdad que ahora no veo muy bien, pero total para dormir…y por la mañana con la que sale del baño ya nos apañamos. Esta obra le estoy dando vueltas al título… pero no acabo de decidirme.

Otro de los cuadros que he descolgado ha sido uno de mi compadre José Luis (que Dios me perdone). Ínclito pintor donde los haya. El cuadro en cuestión estaba en la escalera y en su lugar he colgado una botella de pacharán que solo  contiene endrino néctar hasta la mitad. Esta performance es muy especial porque subjetiva al espectador de tal forma que éste se ve compelido – por un juez indefinido – a decidir si la botella está medio llena o medio vacía, lo cual cuando, además, me visite nuestro amigo Pepe – que es gallego – le añadirá un matiz interesante, ya que al ubicarse la obra en la escalera, un hipotético tercer espectador que contemplara a Pepe mirando la botella, se preguntaría, además, si éste sube o baja. Me costó mucho decidirme añadir el componente étnico pero luego vi que la obra ganaba una barbaridad.

 Donde lo he tenido más difícil ha sido con los iconos que mi mujer, en sus tiempos de fecunda artesana, colgó en el recibidor. Pero al final acabé por convencerla y colgamos del techo una serie de patatas viltadas (con brotes) suspendidas cada una por una fina cuerda y dispersas por el techo. El efecto cuando llega alguna visita es increíble: no pasa absolutamente nada. Las visitas miran las patatas, luego se miran entre ellas, después me miran a mí, y no dicen ni una palabra. Así que a esta obra la intitulé: “Espacio de silencio fecular”.

 Estoy muy contento de como ha quedado mi casa.

 

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