Ante el éxito innegable de las estrategias triunfales de nuestra clase política en las recién celebradas elecciones, es posible, querido lector, que se sienta usted inclinado a adoptar sus modos y formas en la vida diaria: no lo intente. Desista. Su fracaso sería total.
Lo que coloquialmente entendemos por políticos, pertenece a un grupo de personas que, en el ejercicio de su función, se rige por unas normas que solo sirven, precisamente, dentro del mundo de la Política. Pero afortunadamente no son exportables a la vida diaria que contempla unos dictados mucho más serios.
¿Se imagina usted con sus amistades de toda la vida diciendo continuamente una cosa y haciendo luego otra? No tardaría mucho en quedarse sin amigos. ¿O en su entorno familiar, faltando reiteradamente a sus compromisos? La familia diría aquello de: con tu primo ya sabes que no se puede contar para nada. Y qué decir del ámbito profesional ¿Cuánto duraría un trabajador, mando intermedio, jefe o superjefe, que desorientase a sus compañeros, superiores o subordinados con comportamientos o manifestaciones distintas de lo acordado?
No. Usted siga siendo como es: una persona seria y responsable. Amiga de sus amigos. Leal con la familia. Colaboradora y empática en su trabajo. Y cuando lleguen los periodos electorales, pues eche una canita al aire.
Porque ahí está la clave del asunto. Un periodo electoral es una especie de carnaval donde está admitido que nadie diga quién es realmente; y así, aunque todos brincan, nunca sabrá usted con quien está bailando. La máscara con la que se cubre – que nace en la Grecia clásica como una necesidad del teatro- es una careta con una mueca rígida con la que el político, al igual que el actor, cubre su verdadero rostro.
Pero no sea duro consigo mismo. No se reproche participar en ese circo. La verdad es que una vez dentro de la sala no le queda otra. También podría quedarse fuera, pero si entra, al menos se divertirá.