Se acaba el tiempo. Después de dos procesos electorales interconectados, en los que se nos ha pedido a los españolitos que decidamos quien maneja el cotarro, el cotarro sigue sin saber quién lo va a manejar.
¿De verdad es ésta la voluntad del pueblo? ¿Soy yo solo o también ustedes sienten un poco de vergüenza al ver esta política de pactos que recuerda más a un patio de colegio que a las instituciones que dicen representarnos?
Los sistemas multipartidistas favorecen necesariamente una cierta inestabilidad política, ya que la consecución del poder complica el proceso de toma de decisiones. Dentro de ese sistema el pacto es exigible cuando el beneficio que se derive de él sea el bien para el común de los ciudadanos, poniendo en el mismo plano los intereses de todos los grupos integrantes de ese pacto y asumiendo que nunca serán generales ni totales. Ahora bien: si lo que importa por encima de todo es el cómo y no el qué, los pactos entre las distintas fuerzas políticas deberían ser ineludiblemente previos a las elecciones, ya que en ellas lo que decidimos es qué queremos que se haga. ¿O es que en realidad lo que hacemos es decidir quién queremos que gobierne y lo que Él haga estará bien? ¡Ah, que no hemos leído el programa! Pues el programa es el medio fundamental para establecer la relación entre los grupos que quieren pactar, y el cumplimiento de ese programa será el que, al final, le devuelva la libertad de acción al grupo político.
La base de cualquier acción de gobierno eficaz es la capacidad de decidir. Pero me temo que en los próximos cuatro años lo que vamos a ver cada día por la tele será una escenificación de dialécticas estériles que en nada beneficiarán al ciudadano. La responsabilidad que es exigible al que gobierna debe sustanciarse en su libertad para tomar decisiones, y éste no puede excusarse en que su debilidad política le impidió sacar adelante su programa de gobierno.