La “agenda setting” nos ha situado esta última semana frente al debate sobre la conveniencia, o no, de la libre posesión de armas de fuego por el ciudadano. El luctuoso hecho ocurrido en Newtown ha hecho saltar, de nuevo, todas las alarmas sobre un asunto recurrente y que presenta una gran asimetría a la hora de analizarlo. Como casi siempre, el análisis es complejo y la tendencia reduccionista de algunos de los argumentos vertidos en los MCS, no ayuda a la hora de hacerlo comprensible. Yo no sé qué motivos estaban detrás de la actuación del autor de la masacre, pero probablemente alguno de ellos coincida con lo que se expone en la brevedad de estas líneas.
Las armas de fuego se crearon no sólo para poder matar, sino para poder matar a distancia. Esto puede parecer una obviedad, pero lo de ser capaz de “matar a distancia” no gozó inicialmente de los plácemes de la sociedad medieval. De hecho, el arco y la ballesta eran armas proscritas por no considerarse honorables; tanto es así que en el II Concilio de Letrán en 1139, castiga a los ballesteros con pena de excomunión: “a los que la usen por considerarla un arma infame ante Dios e indigna para los cristianos; salvo que se utilice contra los infieles”. Así, el feudalismo encontró en la capacidad de “matar a distancia” el principio del fin. Pero ¿qué había en realidad detrás de esa prohibición? La explicación romántica nos conduciría a argumentos como la desaparición del valor personal, del honor en el combate entre caballeros…la realidad es que instruir un soldado para combatir con la espada requería mucho tiempo y una dedicación exclusiva que sólo podían permitirse los nobles, y la posibilidad de salir maltrecho del combate era muy elevada. Ser arquero, o ballestero, introducía una prudente distancia entre combatientes (sin reparar en su clase social) que elevaba las posibilidades de salir indemne de la batalla y, por lo tanto, requería menos valor (sería más correcto decir que se controlaba mejor el miedo) para ir a la guerra. En otras palabras: la nobleza reducía su capacidad de ser el único medio para movilizar tropas instruidas.
El siguiente paso se dio con las armas de fuego, que continuaron aumentando la distancia a la que se podía matar, y que, como Thomas Carlule escribió (La pólvora estableció la igualdad entre los hombres), determinaron que, tras su exportación a América, la idea de su libre posesión se convirtiera en una de las piedras angulares de sus defensores.
Pero el arma de fuego introduce un elemento de análisis nada despreciable: la velocidad del proyectil aumentó hasta un punto en el que ya no es apreciable, a simple vista, la trayectoria del mismo. Es decir: el que dispara un arma de fuego no ve salir la flecha del arco o la ballesta, “volar” y clavarse en el cuerpo del adversario. No es ésta una cuestión baladí, pues supone el inicio de un distanciamiento progresivo por parte del individuo, del hecho físico de matar, que continúa evolucionando desde entonces hasta alcanzar, en la actualidad tecnologías que permiten que un tirador de precisión, convenientemente instruido, pueda batir un blanco por encima de los 1500 metros.
Otro aspecto a tener en cuenta es que la utilización del arma de fuego permite variar la posición desde la que se lanza el proyectil, me explicaré: la lanza, el arco, la ballesta, requieren establecer una línea recta definida por el ojo del tirador y su objetivo; hay, por tanto, una conciencia de dónde quiero que el proyectil impacte. Con el arma de fuego, si bien es necesario para su uso eficaz realizar la misma acción, ésta permite disparar también (especialmente con el arma corta) sin crear esa línea directa ojo-objetivo, disminuyendo la violencia de la acción. Un ejemplo de esto lo encontramos en el mito creado por las películas del “oeste” en el que el tirador desenfunda la pistola y dispara con el arma a la cadera; al margen de la enorme dificultad real que esto conlleva (incluso para tiradores avezados) la violencia explícita de la acción disminuye de una forma notable, aunque el resultado final sea el mismo.
Así pues, el hecho de matar a distancia con un arma de fuego, encubre parte de la violencia que hay en el acto mismo, que ya no se manifiesta con toda la crudeza que supone clavar un arma blanca en un cuerpo que está próximo. Hay, por tanto, una especie de asepsia en la ejecución que crea un cierto sentimiento exculpatorio en el que mata, y que alcanza su paradigma en la utilización de armas capaces de matar, manejadas desde muchos kilómetros de distancia (misiles, aviones no tripulados etc.).
Otro aspecto a analizar es el relacionado con la sensación de poder que provoca en el individuo la posesión de un arma de fuego. Es ésta una más de las motivaciones que los psicólogos analizan como causas motivacionales en la violencia homicida y que provoca un potente estado de bienestar que resulta adictivo y refuerza su conducta. Las armas de fuego, sobre todo si son automáticas o semiautomáticas, proporcionan esta gran sensación de poder al ser capaces de matar alcanzando muchos objetivos en un plazo de tiempo muy breve (apenas unos segundos). Hay también una relación directa de este aspecto con casi todas las mitologías de las diferentes culturas. En la mayoría de ellas aparece la figura de un dios inclemente que es capaz de alcanzar y matar a sus enemigos mediante el lanzamiento de rayos de fuego.
Así las cosas, es cierto que el debate de si las armas de fuego deben ser accesibles para el ciudadano no es un debate de la sociedad europea sobre la base de una necesidad real de buscar soluciones, quizá por ello sea difícil comprender los motivos que arguyen otras sociedades como, en este caso, la norteamericana. Pero ello no quiere decir que debamos permanecer al margen del proceso, entre otras cosas porque la aculturización que ésta ha proyectado sobre Europa, ha sido un proceso más que evidente.
Sin embargo, no debe ocultarse la falacia que suponen algunos de los argumentos que se esgrimen y que estudios, pormenorizados, con importantes aportes estadísticos contradicen. Decir que las armas de fuego no son la causa del problema, porque las armas no matan, sino que las que matan son las personas, es un insulto a la inteligencia. Decir que una sociedad cuyos ciudadanos están armados, está más protegida contra la delincuencia, es como decir que un Poder Jurídico ejercido directamente, sin ningún control, por esos mismos ciudadanos garantiza unas mayores cotas de justicia. Justificar la posesión de las armas por el Pueblo, porque en el pasado ha facilitado el desarrollo de procesos de libertad de las naciones, es negar la capacidad de la sociedad para avanzar sobre la base de la creación y mantenimiento de estructuras de poder fundamentadas en la efectividad de los procesos democráticos.
Las armas de fuego son, como tantas otras cosas, elementos controvertidos de la evolución del ser humano. La pretensión de erradicarlas es ilusa, pero su control debe permanecer en manos de los Estados legalmente constituidos como estructuras a las que hemos dotado de la capacidad de ejercer la violencia de forma legítima, y sobre todo de exigir a los autorizados a la tenencia y uso de las mismas las responsabilidades que de ello se pudieran derivar.