La Cumbre del Clima 2019, que de una forma realmente meritoria ha organizado España en poco menos de un mes, está inundando páginas en los MSC. No es para menos, ya que la cosa parece que no está para tirar cohetes y habrá que ponerse las pilas si queremos que esto no termine como el rosario de la aurora.
No creo que haga falta ser un experto para entrever que la solución, quizá no total, pero sí una amortiguación progresiva de los efectos nocivos actuales, vendrá por el camino de la Ciencia. Será, pues, la Ciencia la que encamine a la Humanidad hacia las soluciones; y recalco enfáticamente el plural porque no creo que haya formulas magistrales aplicables de forma genérica, ya que los escenarios – y por tanto los problemas- son dispares en lo físico, en lo cultural y en lo económico: en lo social, en definitiva.
La capacidad del ser humano para solucionar los problemas es la que nos ha traído hasta aquí. ¡Claro que se ha equivocado! Y muchas veces más se volverá a equivocar. Es errar lo que nos caracteriza como seres humanos, y es rectificar lo que nos hace seres inteligentes.
Con ese nivel de exposición a los Medios, es inevitable que entre reputadas opiniones se cuelen excentricidades que no pueden provocar ninguna reacción seria. En el caso de España, cuando escucho algunas de las ideas que se proponen de forma grandilocuente para paliar los problemas, no puedo menos que pensar en que estas panaceas constituían hábitos arraigados ¡tan solo hace dos generaciones! entre la población, entonces mayoritariamente rural de nuestro país. La generación de residuos no orgánicos era prácticamente inexistente. La agricultura y la ganadería seguían unos parámetros adaptados a las zonas de cultivo, muy lejos todavía de una industrialización irracional de ambos sectores. El – ahora – reivindicado capazo de ir a la compra diaria, era la norma. El consumo de carne no estaba, ni mucho menos, generalizado en la dieta diaria. Por no hablar de la permisividad ante un modelo de edificación fuera de todo control, que ha dado lugar a desajustes de todo tipo: conurbaciones; zonas con altísimas demandas de energía estacionales que obligaban a mantener sistemas infrautilizados el resto del año; construcción de infraestructuras y viviendas en parajes inundables, y un largo etcétera de errores que hoy aparecen como cosa de un pasado que no lo es tanto. Así pues, el error no es haber incorporado el “progreso” a una sociedad rural: es haberlo hecho mal, muy mal.
Podríamos continuar y no acabaríamos, con ejemplos que seguro ustedes como yo, tienen en la cabeza. La conclusión es que ha sido la dirección de élites político-económicas interesadamente miopes, la generadora de supuestas “sociedades avanzadas” la que nos ha metido en este berenjenal.
El consumo generalizado de energía es incuestionable e inevitable en el mundo actual. Pretender lo contrario es situarse en una óptica irreal, distorsionada por un buenísimo que no ayudará a solucionar el problema del Medio Ambiente. Así pues, desde mi punto de vista, no es tanto un problema de inversión de hábitos de consumo de energía, como de reconducción de los mismos hacia lo que hemos denominado “sostenible”. Pensar que este camino será fácil encaja en una visión limitada del mundo en el que vivimos. Por poner un ejemplo, solo la desaparición de determinados sectores industriales –y por ende de millones de puestos de trabajo- será un reto convergente con la creación de nuevas formas de energía que traerá graves problemas sociales.
La aportación de recursos – todos los que sean necesarios- a la investigación es el principal camino a seguir. Paralelamente habrá que racionalizar hábitos, pero ¡mucho ojo!, racionalizar no quiere decir que el que no pueda pagar, por ejemplo, un elevado precio del combustible – el que sea- vaya andando, no sea que al final al perro flaco todo se le vuelvan pulgas y acaben “andando” los de siempre
No hay soluciones simples a problemas complejos. No se trata de cerrar el grifo del agua mientras me lavo los dientes.