Si, ya lo sé. Da un poco de vergüenza, al fin y al cabo son diputados electos: los representantes del Pueblo, los Padres de la patria. Pero no se preocupe, aunque reconozco que puede ser estéticamente incómodo, nada peligroso hay detrás de toda esa histriónica parafernalia de provocación por parte de unos, e indignación de los otros, en torno al pronunciamiento de las fórmulas de acatamiento a la Constitución; gestos vacuos, hierba para pastueños que, dóciles, toman la muleta incapaces de la mínima bravura al embestir, y más allá de ese minuto de gloria no hay nada. Como en la canción de La Lupe: “Teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro…”
Su pretendido “valor” al bordear los reglamentos, se circunscribe al entorno en el que se saben totalmente seguros. Desprovistos de él, no son nada. Y es que la palabra, por sí misma, nunca otorga valor. Si acaso lo estimula cuando está bien pronunciada y expone un argumento ilusionante. Pero el verdadero valor debe estar ya ahí, donde nace, en las tripas, por eso el miedo nos hace vomitar.
El peligro, en cambio, es taimado, silencioso. No quiere alharacas ni timbales que anuncien su llegada. Se esconde en ignotos despachos, donde se negocian propuestas y concesiones inconfesables, y huye de la estética efectista que nunca le aporta rentabilidad.
Por otra parte ¿ha oído usted a alguno de los diputados que jurara, o prometiera, renunciar a su sueldo?, ¿a ese que le paga puntualmente el país represor el día uno de cada mes? yo tampoco.
¡Ah! que esto es demagogia.