No todos somos iguales. Unas personas son más altas y otras más bajas. Unas más guapas y otras más feas. Unas más listas y otras más tontas.
No todos somos iguales. Algunos tienen que levantarse antes de que salga el sol y ponerse a preparar las clases de ese día, para luego irse a trabajar; y en metro, y después durante el descanso del bocata, volver a repasar los apuntes para que no se note mucho que hoy voy pez a la clase.
No todos somos iguales. Algunos tienen que convencer a su pareja para que se quede un rato con el niño porque tiene que preparar el comentario de texto de la clase de mañana y ¡hay que ver lo pesado que está el crio esta noche!
No todos somos iguales. Algunos tienen que discutir con su madre porque ella quiere que vaya a comer el domingo y no puede porque tiene un examen el lunes, que menudo cabronazo el profesor poniendo un examen en lunes para fastidiarte el fin de semana.
No todos somos iguales. Algunos tienen que pedirle permiso al jefe para salir un poco antes del curro y aguantar su mala cara, para poder llegar a tiempo a clase porque hoy es viernes y el tráfico está fatal.
No todos somos iguales. Algunos tienen que pasarse la tarde en la biblioteca, buscando bibliografía, porque también a quien se le ocurre poner un trabajo del que no sale nada en internet y no se puede hacer un corta-pega.
No todos somos iguales. Algunos tienen que entregar los trabajos en la fecha señalada y si no inventarse algo muy creíble, del tipo: la tormenta azotó con especial virulencia mi barrio y nos quedamos sin red; aquí le traigo el parte meteorológico y el certificado del alcalde pedáneo para que vea que es cierto lo que le digo. Para, a continuación, soportar el gesto condescendiente del catedrático, recogiendo el trabajo y dejándolo despectivamente sobre un montón de papeles con un: si usted lo dice.
Luego están los que no pueden ir a clase porque tienen Pleno.