Yo creo que ayer, el presidente Puigdemont, se equivocó de corbata.
Puigdemont llevaba ayer una corbata negra. Ciertamente algunos colores le estaban vedados. No podía usar el naranja por razones obvias. Y mezclar colores amarillos y rojos hubiera sido un poco equívoco para la claridad y rotundidad que pretendía transmitir en su mensaje (no me puedo creer lo que acabo de escribir). Un tono marrón, hubiera resultado demasiado aburrido y otros colores, aunque han evolucionado, hubieran supuesto un guiño demasiado peligroso. Así el púrpura, que fue símbolo de la realeza y la jerarquía eclesiástica, aunque se interpreta como la voluntad de transmitir confianza, ha sido adoptado por ”Podemos”, formación que, aunque es poco dada a las corbatas, sí lo es, en cambio, a las jerarquías.
La corbata, que popularizaron en el siglo XVII los franceses, imitando a los jinetes de la caballería croata, era inicialmente casi siempre blanca; pero con el paso del tiempo adoptó todos los colores convirtiéndose en una prenda que, dicen los corbatólogos, revela la personalidad de quien la lleva.
La verdad es que el hecho mismo de llevar, o no, corbata, indica ya un posicionamiento personal. En el ambiente laboral, por ejemplo, suele determinar claramente si se pertenece al sector público o privado. Mientras que en un banco no será fácil encontrar a un empleado sin corbata, puede usted acudir a muchas oficinas de la administración pública (del ámbito que sea) y encontrarse con un funcionario vestido informalmente, incluso demasiado informalmente. En definitiva, mientras que ahora, el que te trae la pizza a casa viene con una corbata al cuello, la persona que te saca los hígados en Hacienda, lleva una camiseta reivindicando el anarquismo.
Pero volvamos a los colores. Parece que el color de la corbata es importante, dependiendo de lo que se quiera decir o transmitir. Así el color rojo en las corbatas, denota una posición de poder, o la ambición del mismo. (Sí, estamos pensando usted y yo en la misma persona). Sin embargo el negro, tradicionalmente usado en occidente para demostrar el luto o la gravedad de un acto, si bien identifica a su portador con una cierta sofisticación, conlleva también un punto de arrogancia dependiendo del entorno en el que se use. El gris transmite respeto y solemnidad, y el verde significa un afán por renacer. El amarillo transmite optimismo y una actitud positiva ante la vida. Hay, sin embargo, un color que concita unanimidad: el azul, color muy seguro y comodín internacional de todas las corbatas.
Yo creo que Puigdemont ayer debería haber llevado una corbata roja para la primera parte de su discurso. Pero a partir de ahí, y en el breve lapso en el que vivió la República catalana, debería haberse quitado la corbata y enfundarse una túnica para, como el oráculo de Delfos, suspenderla.
Había una frase con la que nos explicaban de bachilleres la ambigüedad de los dictámenes del oráculo. Ante la pregunta obligada de si el guerrero moriría, o no en el combate, el oráculo respondía: Morirás, no regresarás. Luego si la cosa no había salido como había predicho el augur y el guerrero regresaba vivito y coleando, el oráculo decía: no, yo no dije que no volverías, tú me has entendido mal, yo dije: ¿Morirás? No, regresarás. Con lo cual imagino que el oráculo no devolvía ni un duro de lo pagado por la profecía.
Puigdemont tampoco quiere devolver ni un duro, por eso su calculada ambigüedad lo llevó ayer a un funambulismo que, de no ser porque estamos hablando de la Soberanía Nacional, solo provocaría risa. Pero alguien tendrá que pagar al oráculo. Por eso esta mañana el presidente de España le ha preguntado, en público, y yo creo que con cierta sorna: pero, vamos a ver, Carles ¿has declarado o no has declarado la Republica?